- Gerente general de Fundación Portas
¿Es meritorio que un niño de Victoria camine varios kilómetros para llegar a su escuela básica, donde quizá no va a adquirir los conocimientos exigidos para entrar a un liceo de excelencia que selecciona a sus estudiantes? ¿Es justo que una estudiante de una comuna con alto índice de vulnerabilidad tenga que esforzarse el triple para poder acceder a un liceo de educación de excelencia? ¿Es humano pensar que un niño o niña merece más que otro? Y, finalmente, ¿es ético fomentar la competencia entre niños y niñas por educación de calidad desde tan temprana edad?
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Son preguntas que ponen en el debate al controvertido proyecto de Ley de Admisión Justa que propone reestablecer la selección en la educación escolar en algunos establecimientos. Con fuerza y determinación, somos varios los que desde la sociedad civil creemos que la educación es un derecho universal que debe garantizarse para todos y estamos en desacuerdo con la idea de que sólo los “buenos” estudiantes puedan ingresar a los colegios de mejor calidad. Esta ley que tiene el apellido de “justa”, no tiene nada de justa. No tiene nada de justa porque la evidencia demuestra que el desempeño académico está asociado principalmente al nivel socioeconómico y las y los niños de sectores vulnerables corren una carrera con desventaja y que, lamentablemente, tiene algunos pocos ganadores.
Chile es uno de los países más desiguales del mundo y seleccionar a los niños entre “buenos y malos” o “meritorios” sólo segrega y desiguala una cancha que siempre está cargada en contra de los más desprotegidos. Tal como indica la campaña “La Educación no es un premio”, liderada por Educación 2020 y de la cual Fundación Portas se hizo parte, no es justo y no hay niños que merezcan una mejor educación por sobre otros. ¿De qué estamos hablando? ¿Vamos a premiar ese “esfuerzo” y ese “mérito” cuando las oportunidades no son las mismas? El esfuerzo debe y puede ser premiado de otra forma. No abriendo puertas a algunos y cerrándolas a otros.
Si vamos a priorizar a un grupo de niños, debe ser precisamente a quienes no han tenido todas las oportunidades para desarrollar habilidades y capacidades que le permitan aprender y, por ende, rendir a la par de los más beneficiados. El valor agregado y donde se debe concentrar la política pública es justamente en entregar oportunidades a todos y no fomentar una competencia donde los “perdedores” son niñas y niños…
Un establecimiento que entrega educación de calidad debe tener una diversidad de estudiantes, no sólo los “académicamente” buenos. Todos tiene el mismo derecho a aprender. La clave está en fortalecer la educación en todas las escuelas, en el desarrollo de las habilidades y en la inclusión en todas sus dimensiones. Seleccionar a los “mejores” por “esfuerzo” y “mérito” es poner la responsabilidad en los hombros de niñas y niños. Y cabe preguntar ¿existe la meritocracia en nuestro país? ¿Hay diversidad en quienes toman las decisiones? La respuesta a mi parecer es fácil: No. Finalmente, una pregunta más para invitar a reflexionar: ¿sería legítimo que un hospital seleccionara a los pacientes menos enfermos para mejorar sus indicadores? Pienso que la clave está en el aula y no en la selección.
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