Opinión

De cruces y chocolates

  1. Sacerdote y columnista. Twitter: @hugotagle

Comenzamos Semana Santa con el incendio de la Catedral de Notre Dame, París. Signo de la fe de un pueblo e ícono de la cultura cristiano occidental. Se podrán derrumbar los templos físicos, pero no la fe. Los cristianos sabemos de tristezas, pero vivimos en la esperanza. La pronta reacción del pueblo francés para su reconstrucción es signo de una Iglesia resiliente, capaz de sobreponerse a la adversidad. Notre Dame ha sufrido muchos daños en su historia. Se ha reconstruido una y otra vez. La fe y el amor son más fuertes que las tragedias e incendios.

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Con la ayuda e intercesión de la Santísima Virgen, esta “desgracia” se convertirá en “gracia”; de forma que la restauración de su templo llegue a ser acicate, estímulo e invitación para la revitalización de la fe en ese gran país, cuna de tantos santos, misioneros, mártires y hombres de Dios y, a su vez, invitación para la revitalización de la fe en todo Europa.

Semana Santa es una buena oportunidad para hacer un alto en el camino y aprovechar a repensar la vida a la luz del misterio de la cruz y la victoria de la vida sobre la muerte. Cada uno carga alguna cruz o dolor: la muerte de un ser querido, alguna enfermedad, dificultades familiares o laborales. Quizá no se puede remediar, pero sí aceptar con paciencia ese dolor para que resulte más llevadero y ayudar a otros a cargar la suya.

La fiesta de la Pascua es el centro de la vida cristiana. Uno de los signos clásicos del Domingo de Resurrección son los “huevos de Pascua”. Algo tan sencillo esconde un gran simbolismo. De algo aparentemente inerte, surge la vida. De la muerte brota la verdadera vida, que es Cristo. Y un segundo símbolo es el conejo. Algo más extraño a este lado del globo. La razón es simple: son los primeros animales que salen a la luz luego del largo invierno en el hemisferio norte. De ahí, los cristianos tomaron esa imagen para ilustrar la vida que surge tras el rigor de lo aparentemente muerto por el frío invernal.

Ambas imágenes hablan del triunfo de la vida, la esperanza y alegría sobre la tristeza. No es el Viernes Santo el centro de la vida cristiana, sino la Resurrección, el Domingo, la vida que vence a la muerte. La imagen cristiana de Dios es esencialmente esperanzadora. Para un cristiano nunca nada es una fatalidad total. Tampoco la muerte. Es triste, dolorosa, misteriosa; cruel sin duda, pero camino a la verdadera vida que es el cielo. Sí, es un asunto de fe. Nadie ha vuelto del otro lado para contarnos cómo es. Salvo Cristo. Pero ¿cómo vivir pensando que todo se acaba aquí, que la vida termina en la nada? Quien vive en la esperanza, vive mejor, es más feliz.

La Semana Santa y su fin, Pascua de Resurrección, son una invitación a renovarnos en la alegría esperanzadora que vence tristezas y angustias; que deja entrar la luz en el alma. Con Cristo, no hay nada que temer. Él es fortaleza, apoyo y consuelo. Lo invito a celebrar el Triduo Pascual. Participe de algún vía crucis y celebración pascual. Rompa la dieta y cómase un huevito de Pascua. El chocolate hace bien. Cristo resucitado, tanto más.

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