- Obispo anglicano y ex capellán protestante de La Moneda
Escribo desde Inglaterra. Desde lejos me llegan las tristes noticias desconcertantes de escenarios vividos en la Catedral Evangélica Metodista Pentecostal de Jotabeche durante Semana Santa. Mientras, por esos días celebré, en una pequeña iglesia que data del siglo 8, las verdades centrales de la fe cristiana: la humanación de Dios en Jesús, su última comida con sus amigos, su muerte en una cruz romana el viernes y su resurrección el domingo. Aquí también creen (¡y todos estos siglos han creído!) lo que para muchos hoy puede sonar como locura o necedad. Uno se pregunta: ¿y cómo es que no todo el mundo ve la sencillez de la historia, la reclama para sí, recibe a Jesús y al Espíritu Santo y camina en el gozo de la nueva vida en él? Para mí comenzó con un intento de llevar hacia mi ateísmo existencialista a dos cristianos a quienes yo consideraba desentonados con la intelectualidad contemporánea. Su desafío a que yo investigara en los evangelios la realidad de la resurrección histórica de Jesús terminó en que, al cabo de dos días, afuera de Segovia, se apoderara de mí la curiosidad. Acepté el desafío e invité a Jesús a revelar su persona resucitada a mi vida. Resultó en mi conversión al cristianismo y que, al igual que Pascal, gritara irresistiblemente en el momento: “¡fuego! ¡gloria! ¡luz!”.
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Habiendo participado cercanamente con la Catedral, con el mismo obispo Durán y la muy querida congregación, incluyendo al hoy diputado Durán, estas noticias me duelen y me alivian a la vez. Me duelen porque se veía venir el trágico momento para los hermanos… y llegó. Soy testigo de muchos intentos, conversaciones privadas, consejos de varios con el obispo a que dejara de lado rumbos equivocados. También de promesas e intentos de éste por enmendar. En este caso faltó el mecanismo de disciplina ejercida sobre el pastor como debería ocurrir en todas las iglesias evangélicas. Un hombre sencillo y cariñoso en lo personal, nunca logró manejar adecuadamente el inmenso poder que acumuló. Y, por supuesto, la recomendación que un obispo sea “marido de una sola mujer” excluye su comportamiento reciente.
Pero me alivia que las reformas ahora anunciadas por la Junta Directiva como consecuencia de tanto error, marcarán para todos, firmes rumbos que despejan el camino hacia la renovación definitiva. Finanzas probas y transparentes, sistemas de gobierno y disciplina que permitan la distribución del poder y su menor concentración en una sola figura, mayor servicio a los necesitados en su entorno, son medidas que significarán un antes y un después. ¡La Catedral, que ha presenciado más de un siglo del poder transformador de la resurrección, también puede retomar la nueva vida en Cristo celebrada en todo el mundo!
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