Opinión

El turismo que ahoga

  1. Analista internacional

El punto más alto del planeta. Nadie esperaría que en la escarpada cumbre del monte Everest, a 8.848 metros de altura, fuese necesario aguardar, en una larga fila, para ascender a la cima. Este año se estima que unas 600 personas alcanzaron “el techo del mundo”, el jalón máximo del andinismo. Sin embargo, un récor de once personas dejó sus huesos en los hielos de la montaña considerada sagrada por los nepaleses. En el Everest conspiran una serie de factores que lo hacen especialmente letal. La temporada de ascensos es de apenas algunas semanas y las condiciones climáticas pueden reducirla aún más. Así, este año, en un corto lapso unos 600 escaladores culminaron sus expediciones. Pero para algunos la congestión significó horas de espera mientras consumían sus preciosas reservas de oxígeno.

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La masificación del turismo no sólo afecta al Everest, donde para escalar es necesario un permiso, otorgado por el gobierno nepalés, que es de 11 mil dólares por persona. Un colador económico, para muchos. La afluencia masiva de visitantes afecta también a ciudades y bellezas naturales. Europa es la principal destinación de los 1.400 millones de viajes turísticos realizados anualmente. Es una industria que crece a un promedio de 6% anual. Ello conforme al crecimiento de las economías de países emergentes. El principal destino del turismo mundial es Europa, donde se contabilizan 713 millones de viajes. Durante mucho tiempo algunas urbes promovían sus encantos. Ya no más. Ámsterdam, por ejemplo, ha cortado la propaganda destinada a atraer visitantes. Su hermoso centro histórico, con sus característicos canales, está saturado. Durante los fines de semana es necesario que los peatones circulen como los autos: a un lado de las calles peatonales los que van una dirección y por el otro los que van en la dirección contraria. Otro tanto ocurre en Venecia, donde hay una activa campaña contra la llegada de enormes cruceros con millares de turistas. Hoy, para visitar ciertas mansiones y museos es necesario hacerlo en lotes de 30 ó 40 personas. El tiempo que está permitido permanecer en cada sala es determinado por el personal del recinto. Son lapsos breves, para permitir el ingreso del mayor número de personas.

Lo mismo ocurre en algunos parajes donde una gran afluencia daña un delicado entorno natural. Es el caso, por ejemplo, de Machu Pichu, la Isla de Pascua o las Torres del Paine o las colosales ruinas de los templos de Angkor Wat en Cambodia.

A la larga, la única forma de preservar sitios que ganan cada vez mayor popularidad es establecer cuotas de visitantes. Este es un asunto delicado, pues si el acceso es restringido por la vía del cobro, se excluirá ante todo a los jóvenes mochileros. El criterio más equitativo es el orden de llegada. Es decir, contar con un sistema de inscripciones. Ese es el precio de lo que se conoce como el sobreturismo.

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