* Comunicador multifacético, experto en marketing y redes sociales y emprendedor por naturaleza.
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Quería escribirles hace tiempo a los valientes y no porque me sienta uno de ellos.
Soy, a esta altura, sólo un observador silencioso en un momento de la historia complejo, donde todos parecen estar dopados por una fantasía de ego espantosa, alimentada por pantallas. En esta época, donde no hablamos más que de lo oscuro que se ve lo económico, de los cobardes trolls, de los que agreden funcionarios y se sienten empoderados por ello, de los miedos que vienen con los trabajos, de la inteligencia artificial como una especie de tranquilizante para encontrar una respuesta al mundo que no parece definirse mañana y que no nos considera demasiado, es bueno hablarles a esos locos, a los que se arriesgan, a los que van más allá. A esas personas que siempre buscan el espacio, a los que se van, a los suicidas, a los opinantes que hacen cosas y no sólo se quedan hablando para satisfacer sus burbujas de big data. A ellos, que se encuentran amenazados entre tanta mediocridad y oscuridad y que no pueden brillar como antes lo hubieran hecho ahora que se ha democratizado el escenario y se ha subido tanto tonto a usarlo. A los que quieren fundar familias, a los que quieren emprender y buscar sus sueños. A los que creen aún en el colectivo, en las personas. A los que aman. A ellos deberíamos hacerles una estatua en estos momentos donde los que mandan el mundo son los que no están cuerdos. Los prepotentes que elevan banderas y rechazan la diferencia. Los que han afeado las cosas y cerrado fronteras. Los que están destruyendo la mezcla, la imaginación.
De pronto muchos de nosotros no estamos en esa línea porque nos confundimos. O nos confundieron. Nos quitaron la seguridad y está bien admitirlo. Nos la quitaron porque nos hicieron sentir mal de cómo éramos. De lo que decíamos. Nos pusieron contra nosotros mismos. Y nos mataron la valentía.
Por eso en secreto admiro a los constructores. Aún quedan, dan vueltas. Son los que se quedaron y la siguieron peleando. Ellos son los que valen. Todos conocemos a uno. Lo miramos raro, porque ahora es raro apostar. Porque estamos comprimidos.
Los que se la juegan, los que tienen la inentendible pasión, los que observamos mientras estamos a sueldo y buscamos una tranquilidad que sólo nos conduce al terapeuta, porque nada es tranquilo, porque sólo intentamos mantener nuestros cuerpos y almas al servicio de los demás en Instagram. Ellos son los héroes del siglo 21. Los que no les importa el qué dirán, los que tienen claro dónde ir aunque no haya nada, los que inventan el mundo. Esos serán los que lo salven de este horror. De esta simpleza heredada desde tanta maldad. Porque la maldad es básicamente quedarse ahí mirando como todo se quema.
Por eso hay que celebrar a los locos buenos, a los que se destierran de los modelos tradicionales, a los que inventan su propia historia. Amar a los que se sacan de encima la responsabilidad de responder. Amar a los que no cargan mochilas. Amar a los que se liberan y avanzan. Amar y mirarlos.
Y admirarlos. Por cierto. Son los que valen la pena.
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