* Analista internacional
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Una nueva guerra. La invasión turca al norte de Siria altera el conjunto del Medio Oriente. Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, lanzó sus tropas para crear una “zona segura” destinada a cortar los vasos comunicantes entre los kurdos sirios y sus pares turcos. Busca, además, transferir millones de refugiados sirios, en su mayoría sunitas, al territorio que, según sus declaraciones, tendrá entre 30 y 35 kilómetros de ancho a lo largo de cientos de kilómetros de la frontera turco-siria. Desde ya, cientos de miles de sirios kurdos han huido de la región de combate creando un desastre humanitario más. Si se concretase el traspaso de los refugiados se plantarían las semillas de una nueva causal bélica.
Erdogan fue un partidario entusiasta de la guerra civil iniciada en 2011. Su propósito, junto a Estados Unidos y las monarquías árabes, era desbancar al actual presidente sirio Bashar al Asad, un filo chiíta aliado a Irán. En Ankara, la capital turca, aspiraban a implantar un gobierno sunita afín. La victoria sería un peldaño en el ascenso de Erdogan como el gran líder islámico del mundo sunita, que representa el grueso del mundo musulmán. Para la sorpresa de muchos, gracias a la decisiva ayuda rusa e iraní, Asad derrotó a sus adversarios. Esto forzó al gobierno turco a pasar a un plan B: establecer una franja que separe al país de Siria.
Mientras el Estado Islámico sembraba el terror ocupando una gran porción de Siria e Irak, destinado a constituir la base de un nuevo estado, un califato en su vocabulario, los kurdos se erigieron como una sólida barrera a las atrocidades de los yihadistas. En esa lucha se fraguó una alianza estrecha entre Estados Unidos y los kurdos, en especial en Irak donde había un importante despliegue de tropas estadounidenses. En Siria, el contingente norteamericano frustraba los planes turcos de una intervención anti kurda. Todo cambió con la destrucción territorial del califato.
El presidente Donald Trump prometió en su campaña electoral el retiro de sus tropas de varios países, Siria entre ellos. Sin la amenaza del Estado Islámico, Trump consideró que había llegado la hora de levar anclas. Sabía que ello equivalía a dar luz verde a los planes turcos y librar a sus aliados kurdos a su suerte.
Hay un decir que toda política exterior es doméstica en última instancia. Trump piensa en las elecciones de 2020 y cómo el retiro de tropas será recibido por el electorado. Erdogan ha galvanizado al pueblo turco tras su campaña militar en momentos que flaquea su popularidad. Hasta el momento los grandes ganadores son Asad y el presidente ruso Vladimir Putin, que emerge como una figura decisiva en el Medio Oriente. Las monarquías árabes han tomado debida nota. Una región, en todo caso, donde la situación puede cambiar de una semana a la siguiente.
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