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Jorge Artus y su experiencia de rehabilitación: "La discriminación pasa por la ignorancia"

Nació sin brazos, pero su alma lo ha hecho volar hacia lugares donde se divierte y se cobija acompañado de su ávido interés por conocer otras atmósferas y jamás dejar de sorprenderse.

“Tengo plena conciencia del rol importante que cumple en la rehabilitación de los niños. Es lo que puedo aportar frente a esa perpetuidad, por mi experiencia personal. El resto está vinculado a las emociones. Recuerdos bellos, gente súper linda. Un alto porcentaje es responsable de mi independencia y mi autonomía. El pilar más fundamental son mis viejos. Lejos. Es una trilogía. Viejos, Teletón, colegio”. Con estas palabras Jorge Artus contesta a la pregunta alusiva a la relevancia que le otorga a la Teletón.

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Con 49 años el artista visual cuenta que llegó el año 68 a la institución que en ese entonces atendía a los niños con más cariño que infraestructura y no existía el programa. El alma del instituto que en ese tiempo abría sus puertas a un segmento de la población poco visibilizado, estaba en la gente, en las tías que hasta hoy Jorge recuerda con nostalgia. Las de la cocina de manera especial, hasta donde él reconoce haberse arrancado para recibir los dulces que siempre había a su disposición.

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Estuvo en ese lugar hasta los cinco años. Luego regresaba “cada un año, dos. Porque vas creciendo, los brazos te van quedando cortos”, ilustra Jorge.

¿Qué le enseñaron en la Teletón? “Poder usar los pies como manos, empezaron a desarrollarme esa habilidad con los pies. Había una capacidad un poco innata, pero ellos todo el rato lo potenciaron con un montón de ejercicios que son agotadores, pero era la manera. Porque tú quieres jugar, no estar haciendo ejercicios, pero había que hacerlos porque si no, no desarrollas tu habilidad. A los seis años ya estaba en el San Ignacio”, relata al tiempo que transparenta que en ese lugar jamás fue discriminado.

Sin embargo, tiene conciencia de que su realidad fue distinta al resto. Tuvo suerte. La discriminación existe y él así lo asume. “Sí, es verdad. Y yo lo he hecho, también he discriminado y eso me ha permitido desarrollar una sensibilidad mayor hacia las personas discriminadas. También percibes que la discriminación pasa por un grado importante de ignorancia. La ignorancia genera temor y el temor distancia. Cuando la gente conoce y se informa, ya no es ignorante. Y ya si lo hace es porque ya quieres dañar. Y eso ya es otra historia. Esas son las personas déspotas, perversas, eso es una situación que va más allá de la realidad cotidiana social. Pero en el caso del San Ignacio, las familias que componen el San Ignacio son personas que llevan a los cabros a este colegio porque los valores humanos y sociales son lo importante, más que el nivel académico. Entonces no te encuentras con gallos perversos ni mala leche”, dice quien permaneció hasta segundo medio en la institución jesuita.

Entonces vino la adversidad financiera familiar. Su papá enfrentó un revés económico que lo instaló en una de sus panaderías. Jorge se insertaba, inesperadamente, en el mundo laboral.

Luego retomó el colegio, esta vez en el Marshall, una experiencia de la que obtuvo réditos varios. Artus lo pasaba bien. Fiel a su espíritu. “Mi sentido del humor me encanta. Estimularme mucho con momentos cotidianos, andar siempre con la mirada de turista. Todo para mí es una sorpresa. No le resto mérito a nada, algo va a suceder, siempre. Nada es más o menos penca, todo es una potencial sorpresa”, dice quien tras egresar del colegio estudió publicidad, se instaló con una agencia junto a unos amigos. Y se aburrió. Llegó un momento en que entendió que ese no era su ambiente. Entonces vino el colapso. Muy en su estilo. “Estaba destruido, para la cagá. Mal”, dice antes de admitir que sus frustración duró, “como tres días”. En eso estaba cuando su mamá le regaló una caja de lápices de colores para que se desafiara pintando. Fue el inicio de una nueva vida. Artus viaja a Chiloé. “Voy a hablar de la discriminación. Y tomé a África como concepto universal de la discriminación y empecé a pintar”, cuenta quien luego monta su primera exposición. Se reinventa, se realiza.

Y regresa a Santiago en medio de nuevos desafíos artísticos. Atrás dejaba la tierra que sin quererlo lo llevaría a ser padre. Es en Chiloé, el lugar que termina siendo tan relevante en su vida, donde conoce a María José Barraza, la madre de Gorka Artus, hoy de 13 años.

“No sé si soy un buen padre. Me siento privilegiado y feliz de ser el padre de mi hijo. Soy feliz de ser padre de Gorka, lo admiro. Me cae bien. Y sobre todo de que haya venido de una madre tan bonita como Jose. Que no es menor”, dice Jorge.

Cuando le preguntamos que opinión le merecen los cuestionamientos a la Teletón, es categórico. “Hay una frase que me gusta mucho del Quijote. Sancho le dice, ‘señor, los perros están ladrando. El Quijote dice, ‘no te preocupes, cuando los perros ladran, es señal de que estamos avanzando’. Eso sucede con estas personas. Si realmente van a criticar algo, critica desde el aporte y propone algo mejor. Porque para venir a señalar nefasta, infértil, insensiblemente un error facilista, sin ningún respaldo…ándate a la chucha…”

Un proyecto en espera

La estación de Metro Hernando de Magallanes está en el horizonte de Artus, quien busca dejar en este lugar la huella de sus cuerpos pintados.

“Roberto Edwards me invitó a hacer un proyecto de cuerpos pintados. Pensó que como yo pintaba con la boca iba a hacer una raya, un manchón. No cachaba que dibujaba. Y de ahí no me soltó más y trabajamos durante tres años haciendo proyectos bellos. Y de ahí surge el proyecto de contar historias a través de fotografía corporal en estación Hernando de Magallanes, que es el auspicio que estoy buscando ahora”, dice Artus y hace un llamado a la empresa privada para materializar esta iniciativa.

“Hoy todos los tipos de familia caben en la sociedad”

Un puntal de la familia de Jorge Artus es María José Barraza, a quien su tibio entorno llama Jose. Y es ella misma, quien desde su más profunda certeza, habla de la particular construcción afectiva que hizo junto al artista.

“Cuando ingresamos al colegio San Ignacio El Bosque, es parte de la pregunta que nos hicieron. Somos padres solteros. Hoy todos los tipos de familia caben en la sociedad. Mamás solteras, papás solteras, Nosotros que somos padres solteros y excelentes amigos. No necesariamente la gente tiene que estar unida por un papel para hacer familia. Esta es una familia especial, distinta en la que están involucrada la familia mía, la de él, nuestras ex parejas, todo. Porque finalmente esto le sirve al crecimiento de nuestro Gorka y ese es el principal fin”.

“Nos hicimos re’ amigos. Nos íbamos a ver en los cumpleaños, nos caíamos re’ bien. El 2001 él venía saliendo de una relación larga. Nos fuimos a un viaje al Valle del Elqui, estuvimos con la familia de él. Hasta que nos fuimos a Buenos Aires y volvimos con Gorka. Fue en agosto. Estábamos cumpliendo con todas las normas de protección, pero a veces la vida quiere venir. Yo tenía claro que podía ser hombre y cuando supimos que así era, ya se llamaba Gorka. Fue un período súper lindo”, cuenta quien fuera una de las emblemáticas productoras ejecutivas del área de telerrealidad de Canal 13 en tiempos de fenómenos televisivos como “La granja”. Y fue esa misma señal la que en época de “Venga conmigo” le permitió hacerse consciente de la existencia de Artus papá.

¿El contexto? Un viaje a Chiloé en el marco de un reportaje auspiciado por una marca a la que pertenecía un ejecutivo que conoce a Jorge en Chiloé. Barraza llega hasta la zona y se encuentra con el que luego se transformaría en el padre de su hijo.

“Es mi partner, mi compañero, somos súper amigos. Cuando tenemos conflictos recurrimos a nosotros en primer lugar. Con los años en el colegio hay gente que se ha separado. Dice, “ustedes tienen que estar casados” y somos los que nos llevamos mejor. Pasamos las navidades juntos, los cumpleaños. Ojalá todas las parejas fueran así, esa es la reflexión que en el mismo colegio nos hacen. Y el que está beneficiado con todo esto es Gorka. Uno lo ve y es un niño sano, feliz, jamás se ha sentido tironeado. Eso no existe en nuestra vida”, relata luego.

“La relación de Jorge con Gorka es súper linda. Se basa en la amistad, pero nunca olvidar que es un padre y un hijo y un padre tiene que guiarlo. De repente eso ayuda a Gorka a entender su familia, aunque sea distinta, aunque su papá tenga capacidades distintas sigue siendo su papá”, agrega.

“Gorka jamás me dijo, ‘mamá, ¿por qué mi papá no tiene brazos?”. Alguna vez preguntó, pero él instintivamente desde que no hablaba… por ejemplo jugaban a tirarse una pelota. Él iba y se la pasaba en los pies. Nunca le estiró los brazos para que lo tomara, nunca”, ilustra mientras el mismo Gorka nos comparte su intención de decirle a su papá “que ha sido muy importante e influyente en mi vida y crecimiento, (somos) una familia unida, simpática, buena onda y muy amable”

Carolina Ceballos.

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