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Columna: Los Fantasmas de Lollapalooza

 

 

No debe ser tarea fácil montar, año tras año, un festival con más de 60 artistas y orientado a más de 120 mil personas, de lo que sea que trate. Básicamente, porque la posibilidad de dejar a una mayoría conforme va presentando una tendencia natural al declive, y porque, a la hora de construir el cartel, el riesgo de tapar los pies destapando la cabeza se vuelve cada vez mayor.

 

A algo así parece enfrentada en esta oportunidad, como nunca antes, nuestra versión de Lollapalooza. Una edición que, a juicio de quienes ven el vaso medio lleno, ha privilegiado a ese público juvenil que venía creciendo en convocatoria, en desmedro de quienes cuentan 30 años o más. Para los que ven la mitad vacía, en tanto, la respuesta es tan sencilla como tajante: Lo de 2016 no está al nivel de temporadas anteriores. Punto.

 

Partamos por lo último, destacando que el Lollapalooza chileno tiene el buen problema de haberse metido solito en el embrollo, gracias a la altura alcanzada entre 2011 y 2014. En esas ediciones, los números de media tarde fueron del calibre de James, The Flaming Lips, Franz Ferdinand, Keane, The Hives y Hot Chip, entre otros, mientras que por el polvoriento escenario alternativo pasaron figuras como Lorde, Illya Kuryaki & The Valderramas, Foals, New Order y Passion Pit (es decir, en su turno ninguno de ellos figuró en las primeras líneas del cartel).

 

Hoy, en cambio, la labor de hacer el aguante hasta la hora de estelares como Florence + The Machine y Mumford & Sons (¿habrían tenido ese lugar hace un par de años?) está en manos de artistas como Walk The Moon, Odesza, Halsey y Marina and The Diamonds. Algunos de ellos claramente valiosos, pero vamos, siempre a buena distancia de los mencionados en el párrafo anterior.

 

Esto no puede ser visto como una simple pataleta de viejo desplazado, como algunos insinuaron en redes sociales tras la revelación del line up. Primero, porque calificar a Pearl Jam, Soundgarden, Arctic Monkeys, Foo Fighters o Björk como «artistas para viejos», es para un monumento al reduccionismo. La presencia de esos nombres en las nóminas de años anteriores no puede ser vista sin más como un asunto de targets, lanzando al tacho algo tan esencial como el tonelaje, un elemento que puede ganarse por diversos factores, entre los cuales los años de circo son sólo uno de los posibles (y si no veamos a Taylor Swift).

 

No hay mucho de eso esta vez, y tampoco demasiado por hacer ya, salvo intentar enarbolar con entusiasmo la gran bandera de lucha de los organizadores en esta ocasión: La experiencia festival. Una experiencia que habla de acceso a comidas, áreas de descanso, ir en familia, llegar en metro y recrear la vista, entre otras cosas, pero también de descubrir en vivo a ciertas bandas que podrían acompañarnos en tiempos venideros (anoten los nombres de The Joy Formidable, Seeed, Jungle, Vintage Trouble y Twenty One Pilots).

 

Valorable, por cierto, parte de la gracia, pero no vengamos con cosas: El peso del cartel es y será siempre el primer criterio de evaluación. Y, en ese plano, Lollapalooza 2016 parte en clara desventaja. Ojalá que lo que viviremos este sábado y domingo en Parque O’Higgins ayude a revertirla.

 

 

Por Sebastián Cerda/ PUB

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