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El chileno Christopher Murray aportó hoy en Venecia la reflexión religiosa y la profundidad de la fe en poblaciones desfavorecidas con «El Cristo ciego», una compleja parábola que compite en la sección oficial de la Mostra y que muestra a comunidades pisoteadas por el sistema.
«Esta película busca reflexionar acerca del rol que representa la fe en comunidades con carencias sociales muy fuertes como las del norte de Chile, que se ven a veces pisoteadas por un sistema económico que extrae mucha riqueza de ese lugar, que le da sustento al país, pero que no se ven beneficiadas de esos beneficios», explicó el director en una entrevista con Efe.
Una historia que cuenta con un único actor profesional, Michael Silva, y con miembros de esas comunidades de la Pampa del Tamarugal, para llamar la atención sobre la realidad de esta zona usando de altavoz el habitualmente glamuroso Festival de Venecia.
Sencilla y árida en su planteamiento, «El Cristo ciego» cuenta la vida de Michael, un joven que se cree con poderes sanadores y que recorre el desierto chileno en busca de gente a la que ayudar.
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«La película busca entender qué hay detrás de esa sensación de fe, de esa emoción reflejada en las vidas cotidianas de las personas que están ahí», explica Murray, que además de optar al León de Oro es uno de los trabajos que pueden llevarse el premio Luigi de Laurentiis a mejor ópera prima.
Lo que ha tratado de hacer con este film es rescatar esa cotidianeidad «en la voz y en el rostro de las personas que viven en ese lugar, escuchándolos a ellos en esta obra de ficción trabajada en conjunto con la comunidad».
Esa zona del norte de Chile es quizás el polo religioso más importante del país, un lugar «donde hay mucho sincretismo religioso, donde hay mucha fiesta religiosa y por tanto historias como la de Michael en la película, de peregrinaje, de sacrificio, de búsqueda de milagros para cambiar las cosas».
Una fe que al mismo tiempo puede alterar la vida de la gente que vive en la zona porque «da sentido a lugares que parecen no tenerlo».
Es una temática que siempre ha fascinado a este joven realizador, nacido en Santiago de Chile en 1985 y que estrenó su primer filme, «Manuel de Ribera» -codirigido con Pablo Carrera- en el Festival de cine de Rotterdam en 2010.
Para su primer largometraje en solitario eligió una temática que siempre le ha apasionado.
«La religión y la fe es un misterio difícil de racionalizar y entender, pero las películas son esfuerzos para entender misterios y, por tanto, era una gran oportunidad para acercarse a ello».
Su película nació de esa primera idea pero después se desarrolló con el contacto con ese lugar y esas comunidades.
«En muchos casos, las películas, más que crearlas de cero, uno va a buscarlas y en este caso la fuimos a buscar y eso le da a la película un carácter único e irrepetible», explicó Murray, que considera que aunque es un tema local, es a la vez «profundamente universal».
Una película en la que Silva colaboró con actores no profesionales, lo que lejos de ser un obstáculo fue un elemento que enriqueció su trabajo y el resultado final.
«Christopher nos condujo a una armonía actoral que se refleja en la película», explica Silva a Efe, para quien fue una grata sorpresa el trabajo de sus compañeros.
«Es tan bello lo que transmiten que es otro tipo de verdad a la que nosotros los actores podemos transmitir (…) Los actores que tenemos estudios estamos llenos de mañas, entendemos muchas cosas técnicas, pero no tenemos algo que ellos tienen y que es una verdad que está por encima de todo. Tienen una frescura que nosotros no tenemos», agregó.
El resultado ha llegado a Venecia, algo que el equipo no esperaba.
«Cuando uno hace películas trata de que salgan lo mejor posible, que merezcan la pena verse y recibir una noticia así, tener la oportunidad de compartir el trabajo de muchos con muchos, abrir un espacio de diálogo con personas de distintos países, junto a directores que uno admira, es el mayor reconocimiento, más allá de lo que pueda venir después», afirmó Murray.
EFE