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(Columna) Chilenos en el Grammy Latino: Mejor no hacerse ilusiones

Lee la columna de nuestro especialista en música, Sebastián Cerda.

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Este miércoles se dio a conocer la lista de nominados para la próxima edición de los Grammy Latinos y, como viene siendo costumbre desde hace algunos años, un muy reducido grupo de artistas recibió el privilegio de agitar la bandera de Chile entre las 48 categorías en disputa.

Esta vez son sólo dos, Mon Laferte y Álex Anwandter, quienes además de compartir nominación como Mejor Nuevo Artista, buscarán el gramófono dorado en los apartados Mejor Álbum de Música Alternativa y Mejor Video Musical Versión Corta, respectivamente.

Aplausos para ellos. No exageramos si decimos que una sensación de genuino orgullo fue la que nos invadió hace dos días, cuando sus nombres aparecieron en la lista de aspirantes al preciado galardón, y que guardamos la esperanza de verlos salir del T-Mobile Arena de Las Vegas con más de algo entre manos, el próximo jueves 17 de noviembre.

El problema es que, cuando se repasa el historial de los nacionales en la premiación, todo aquello pronto se esfuma. Porque pese al mérito y la competitividad evidente que en su minuto exhibieron los trabajos de Los Bunkers, Javiera Mena o Ana Tijoux, lo cierto es que todos ellos han salido de la ceremonia siempre de la misma manera: Con las manos vacías.

Sólo cuatro nombres han logrado escapar de forma parcial o total a esta tendencia: La propia rapera, Humberto Gatica, La Ley y Beto Cuevas. Pero el desglose de sus aventuras en el Grammy Latino deja todo prácticamente donde mismo. Porque los logros de Tijoux y Gatica en rigor tuvieron por ganadores titulares al uruguayo Jorge Drexler y al español Alejandro Sanz —como este año podría sucederle a Francisco y Mauricio Durán, con una grabación de Pepe Aguilar—, mientras que los triunfos de la banda, su ex vocalista y el propio productor, son los de figuras que en realidad han desarrollado sus carreras en y para Norteamérica.

Porque a ese mercado, que no es exactamente el nuestro, es hacia donde suelen estar dirigidos los guiños de esta premiación. Da lo mismo si el verdadero mejor disco de algún género pudiere haber sido editado en un país tan latino como Chile, Perú o Ecuador. Mientras en el nudo que amarran México y Miami exista otro con mejores resultados o mejor lobby, seguro tendrá todas las de ganar.

Así funciona este galardón: Estandarizado, predecible, cliché, manejado por los vestigios de la siempre interesada industria discográfica y acomodaticio a la hora de establecer sus pautas (¿o en qué otra parte un artista como Enrique Iglesias podría competir con Ana Tijoux en la categoría «música urbana»?).

Por lo mismo, y dejando a un lado sus innegables méritos, es que esta vez más vale no hacerse demasiadas ilusiones con Anwandter ni Mon Laferte —aunque el haber desarrollado una carrera desde México abra la ventana para la cantante—, ni menos poner en sus espaldas la pesada mochila de ir por un triunfo.

Pero por si después de 17 años la Academia Latina de la Grabación por fin llegase a demostrar que es capaz de mirar más allá de sus narices, aquí impresas seguirán estas palabras. Llegado el momento —y ojalá que llegue—, con todo gusto me las comeré.

 

Sebastían Cerda/Pub

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