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Mayo de 1986. Quizás sin intención, César Antonio Santis ningunea a los integrantes de Soda Stereo preguntándoles sus nombres en vivo y en pleno escenario. «¿Quién es Charly? ¿Zeta? ¿Y allá, el vocalista?». Los tres responden como obedeciendo a una rutina, antes de despachar en «Martes 13» una versión de «Sobredosis de TV» con olor a remix, pese a que el tema aún no cumple dos años en el ruedo. El público se enciende.
Noviembre de 2016. Zeta Bosio presenta en la Feria del Libro su biografía «Yo conozco ese lugar», que en rigor es su historia como parte de Soda Stereo (o, más bien, la historia del grupo desde su perspectiva). La Sala de las Artes de la Estación Mapocho luce repleta, y atenta a los recuerdos en que el bajista se embarca, teñidos con el color de lo irrepetible. El público se emociona.
El trío argentino ya es historia. Lo era desde 1997, aunque la prolongada resistencia de sus fanáticos haya abierto un paréntesis de un par de meses, diez años después. Lo es también ahora, aunque ya sin posibilidad de vuelta atrás, luego de que Gustavo Cerati culminara su calvario de cuatro años en coma en septiembre de 2014.
Soda Stereo ya es historia, pero esta vez eso no significa sólo recuerdo y nostalgia, menos caducidad. Porque aunque el uso acomode tan rotundo término a todo lo que ha llegado a su fin, quizás se es verdaderamente historia cuando se sigue vivo una vez que el telón ha bajado. Cuando, aunque los papeles digan otra cosa, hay una obra que insiste en conjugarse en presente.
Treinta años exactos han pasado entre el primer y el último estertor del grupo en Chile, y tal vez de ahí venga una prueba que refrende la tesis: Fueron decenas los seguidores que, con menos de esa cifra en sus carnés de identidad, acudieron hasta el ex recinto ferroviario cargados con vinilos que aguardaban una firma. Ninguno había nacido ese 5 de mayo de 1986. Tal vez tampoco obtuvieron permiso para acudir al Nacional en esas jornadas de octubre de 2007. Pero ahí estaban, como en una nueva sodamanía.
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Esta semana Bosio regresó, ahora en compañía de Charly Alberti. Juntos anunciaron el futuro arribo de «Séptimo día», el montaje basado en canciones de Soda que alistó el Cirque du Soleil, la gigantesca y multinacional compañía circense, la misma que ha dedicado espectáculos a Michael Jackson, Elvis Presley y The Beatles, y que cada vez que viene anota un mes de repletas funciones sucesivas. Ellos, ni más ni menos, son los que ahora reinterpretarán a Soda Stereo.
Quizá es una segunda prueba fresca de que este trío, tan arrollador como resistido en los conservadores 80 (por carilindos, juveniles y coléricos), ya es parte esencial de la historia musical latina, como correlato continental de fenómenos febriles que antes sólo observamos en inglés y en blanco y negro.
Un lugar que consiguieron por tratar con respeto a la masa, por haber hurgado en los subterráneos y en las superficies, por haber sido vanguardia cuando la hoy sencilla tarea de estar al día requería de maniobras titánicas, y por no haber decaído nunca en esa moral de avanzada. De esa forma, Soda pudo unir a un continente entero más allá de las problemáticas y los sonidos locales. En torno a la evasión, decían algunos hasta hace no mucho, comparando el mensaje del trío con el de compatriotas que optaron por reaccionar al capítulo Malvinas. Pero hoy nos queda claro que fue por música, por ventilar la casa y por demostrar que desde este lado del mundo se podían hacer cosas grandes.
«Partió el Elvis de Latinoamérica», dijeron varios hace algunas semanas, cuando el ala romántica de la región lloró la partida de Juan Gabriel. Y si el Divo de Juárez fue eso, pues entonces sería justo proponer un parangón similar para hablar de Cerati y compañía. Una estatura que parecía posible en los 80, que se hizo un poco más clara en los 90 y los 2000, y que hoy, a 30 años de la explosión, refrenda esa misma historia que, de la forma que sea, no puede parar de expresarse.
POr Sebastián Cerda/Pub