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No ganaré un Nobel por decir un lugar tan común como que vivimos en tiempos en que se desconfía de todo y de todos. Autoridades, políticos, Iglesia, dirigentes deportivos, rostros de televisión, todos están siendo objeto de sospecha por parte de un medio empecinado en ver debajo del agua, en buscar quién y cómo nos está jodiendo, y las redes sociales no han hecho más que estimular aun más esa característica.
El tuitero promedio, el comentarista típico de portales de noticias, ese sujeto que cree alzar sus bonos y su reputación cuando se pone odioso y altanero, también cree lo propio cuando se pone obsesivamente suspicaz.
Así, de casos como Caval, Penta o Soquimich, pasamos rápidamente al disparo a la bandada que sentencia que «todos los políticos son ladrones». De una seguidilla de detenciones entre religiosos, se salpica a una institución completa con la mancha infame del abuso sexual. No queremos que nadie se salve, y mientras más bondad haya alguien declarado, ojalá que más corrupto sea, porque de ese modo aseguramos más pirotecnia en el final.
Es una actitud guasonesca, que deja atrás el viejo afán de «buscar la yaya», de hallar la grieta que permita enunciar un «siempre lo sospeché», para reemplazarlos por la adrenalina de ver a los gigantes caer, el vértigo de saber corroídos los cimientos que nos sostienen. Y la Teletón, le guste a quien le guste, está en los cimientos de aquello que en Chile entendemos por «solidaridad».
Por eso es que no ha podido permanecer ajena a esta tendencia perversa, y no son pocos los que han insistido en hacer eco de historias que prácticamente proclaman a gritos su falsedad. Como aquella del 5 por ciento, sustentada en un supuesto reportaje que «se dice» data de los 90, aunque nunca nadie lo haya leído ni visto publicado.
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De ahí también que algunos insistan en tergiversar las palabras de Jorge González en 2002, cuando ironizó con la puntada sin hilo de las empresas y con el ego profundo de los rostros y artistas (incluido el propio). Nada más. Pero ahí siguen tantos, insistiendo hasta hoy en que el entonces líder de Los Prisioneros «criticó a la Teletón».
Lo mismo pasa con los dichos de la ONU en 2014, y hasta con el «Don Corleone» de Mike Patton, quizá una humorada inocente por parte de un angloparlante que no se interesó en retener el apodo del anfitrión de turno, y que a la hora de los quiubos simplemente lo relacionó con el «Don» más famoso de la historia (si hubiera tenido que referirse a Don Omar, Don Elías o Don Chuma, tal vez se habría repetido la escena).
Pero esa explicación anula la sabrosa posibilidad de que el líder de Faith No More haya tratado a Mario Kreutzberger de mafioso en su cara, tal como ocurre con la odiosa verdad cuando hay una historia atractiva y escandalosa intentando germinar.
Y la verdad, en este caso, dice que hay una institución privada que efectivamente ha rehabilitado a miles de niños y jóvenes, que atiende a sus pacientes de manera gratuita con estándares de clase mundial, que está integrada por profesionales que terminan transformándose en el mayor soporte emocional de quienes se tratan en sus centros, y que tiene todos sus balances cuadrados y a disposición de quien quiera verlos en su sitio web.
¿Que su gran plataforma de recaudación es un programa de televisión efectista y lleno de figurones? Puede ser. ¿Que algunas empresas aprovechan estas 27 horas para sanitizar un poco su imagen, y hacernos creer que les importa algo más que sus utilidades? También, es factible.
¿Y qué tanto importa eso al lado de la rehabilitación de un niño? Bastante poco, la verdad. Porque, como escuché por ahí, no olvidemos que éste es el país en que tratarse un cáncer u otra enfermedad de alto costo, requiere de decenas de completadas, bingos, colectas entre amigos y, peor aun, créditos. La Teletón, en cambio, permite que un grupo de personas que lo necesita, aunque sea uno, se salte esa humillación. Y si no son ellos quienes tomen esa responsabilidad, probablemente no la va a tomar nadie.
Nunca me ha gustado mucho esa jornada televisiva llamada Teletón y no me esmero demasiado en verla, lo reconozco. De las 27 horas, quizás siga un par, no mucho más. Pero eso no significa que no apoye la causa detrás, que no refrende ese apoyo con el monto en dinero que esté a mi alcance ni, menos, que la chaquetee.
Así es que, haters, chaqueteros y conspiranoicos, sepan algo: Aunque ustedes son intrínsecamente innecesarios, este fin de semana se les necesita menos que nunca. Háganle un favor al mundo y entren en modo «off» hasta el lunes (y si les dura de aquí hasta siempre, pues cuanto mejor).
Por Sebastián Cerda/Pub