Durante dos días, Edi Setiawan ayudó a rescatar personas vivas y a recuperar cadáveres de entre un mar de barro y escombros, todas ellas víctimas un letal terremoto en Indonesia.
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Y luego, medio enterrados en el fango marrón, vio dos cuerpos inmóviles que le rompieron el corazón.
«Pude ver a mi padre que todavía abrazaba a mi hermana», dijo Setiawan el lunes, al recordar el devastador momento en que encontró a sus familiares cerca de la casa donde vivían, en la ciudad de Palu.
«Solo lloré», dijo. «Pude salvar a otras personas, pero no pude salvar a mi propia familia».
El sismo de magnitud 7,5 del viernes dejó más de 840 muertos y destruyó miles de casas, desatando de inmediato una crisis humanitaria en la que un sinnúmero de personas necesitan alimentos, agua y combustible.
La mayoría de las víctimas fueron producto del terremoto en sí y de un subsecuente tsunami que arremetió contra la costa de Palu. Pero cientos de personas fueron enterradas vivas por un fenómeno llamado licuefacción del suelo, que ocurre cuando la tierra suelta cerca de la superficie colapsa.
El portavoz de la agencia de desastres Sutopo Purwo Nugroho dijo que el vecindario de Petobo, en Palu, donde Setiawan vivía, fue particularmente afectado. «Todavía hay cientos de víctimas enterradas en barro» en el área, dijo.
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El lunes, cuadrillas de rescate que acaban de llegar iniciaron la titánica tarea de tratar de desenterrarlos.
Palu, de 380.000 habitantes, quedó en ruinas tras quizás ser la ciudad más castigada en la isla de Célebes. Las torres de celulares se vinieron abajo y eso dificultó la comunicación en gran parte de la ciudad, mientras que la falta de electricidad y la caída de postes de luz dejaron muchas áreas a oscuras después del ocaso.
Mientras miles de mujeres y niños desesperados se aglomeraban en la pista del aeropuerto de la ciudad para tratar de abordar una avioneta militar que llegó con ayuda, las autoridades comenzaron a enterrar los primeros cadáveres en una fosa común recién cavada.
Cuando el terremoto sacudió la ciudad el viernes, Setiawan estaba recogiendo los escombros provocados por otro sismo fuerte que había fracturado las paredes de su casa unas horas antes.
Cuando corrió hacia afuera, «el suelo donde estaba parado se resquebrajó… y comenzó a salir agua y barro, más y más en varias direcciones».
Su vecindario parecía estar hundiéndose.
Su esposa y su hija de 1 año estaban bien, pero otros familiares, amigos y vecinos no respondían.
Trató de llegar a la casa de sus padres, a unos 300 metros (yardas) de distancia, pero no pudo llegar por el mar de barro que cubría el área. Junto con otros pobladores, se dedicó a salvar a quien podía.
«Cargué a un niño de 2 años sobre mi cabeza, un niño de 3 años en mi espalda, y agarré un niño de 5 años mientras trataba de salir nadando del barro al camino de asfalto», dijo Setiawan.
Los pobladores lanzaron sogas a personas que estaban atrapados en charcos de barro espeso que parecían pantanos, y los sacaron jalándolos de la cuerda. Algunos de ellos salvaron a su madre.
Para el sábado habían rescatado a 11 adultos, incluyendo a una mujer embarazada, y dos niños, aunque uno de ellos murió después.
Luego ellos se enfocaron en los muertos, y recuperaron cuatro cadáveres. Fue el sábado cuando Setiawan vio los cadáveres de su padre y hermana en el fango, dándose el abrazo que marcó el último momento de sus vidas.
Muchos se quejaron amargamente de que los equipos de rescate, rebasados por la magnitud de la crisis, no llegaron a tiempo a sus vecindarios.
Idrus, de 52 años, que al igual que muchos indonesios solo usa un nombre, dijo que «hasta el sábado, todavía veía a mucha gente pidiendo ayuda a gritos desde los techos».
«Pero no podíamos hacer (nada) para ayudarlos», dijo. «Ahora ya no se escuchan sus gritos».
Setiawan dijo que las primeras cuadrillas de rescate del gobierno llegaron a su área el domingo, pero debido a que el barro era inestable, solo pudieron tomar fotos para documentar la tragedia que estaba ocurriendo.
El lunes regresaron y sacaron ocho cadáveres.