Don Rafael tiene 89 años y vivía en una residencia de ancianos en España. Pero al enterarse de la muerte de varios de sus compañeros, decidió abandonar el recinto.
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Rafael García ocupaba un departamento de dos habitaciones y un baño en la residencia – relata la crónica de El País– luego de que hace seis meses muriera su esposa en Córdoba.
Cuando se quedó solo, eligió vivir en compañía de otra gente de su edad. Sus hijos le insistieron para que se fuera a casa de alguno de ellos, pero él se negó porque no quería molestar a nadie.
Pero llegó el coronavirus. El primer infectado en ese centro se detectó a principios de marzo. El hombre fue hospitalizado.
Así Don Rafael estuvo encerrado en su habitación. Paseaba media hora por las dos habitaciones del apartamento, leía la prensa digital, jugaba al ajedrez en el PC y visitaba, a través de una webcam, la Puerta del Sol, su lugar favorito para estirar las piernas.
Le llegó la noticia de seis compañeros muertos, pero la realidad era de 22.
Así tomó la decisión de partir de la residencia. Don Rafael no quiso arriesgarse a correr la suerte de sus vecinos y partió. “Aunque cerca de los 90 años, con piernas ya lentas y patologías graves, pero con mi cabeza en perfecto estado, no deseo enfrentarme a los momentos finales de la vida, si es que me tocara ya, de la forma en la que muchos, por abandono o negligencia, y en la soledad más absoluta, lo están sufriendo”, escribe desde el computador de su hija.