“El príncipe de la destrucción”. Así le decían a Gilles Villeneuve. Su apodo no tenía que ver con ese especial talento que podía tener para chocar autos (para eso estaba Andrea de Cesaris o “de Crasheris”). El piloto canadiense tenía una especial reputación para exigir y, eventualmente, destrozar monoplazas para sacarle el máximo rendimiento.
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El apodo vino de alguien con quien tuvo una particular relación, Enzo Ferrari. El fundador de la Scuderia le tenía un especial cariño después de ver cómo el canadiense trataba de sacar el máximo a un monoplaza que, en ese momento, no era tan competitivo. El cariño entre Ferrari y Villeneuve le permitía al norteamericano algunas licencias. “Este auto es una mierda, estoy perdiendo el tiempo. Pero igual lo manejaré todo el día, haré trompos, lo chocaré contra las vallas, todo lo que usted quiera lo haré porque es mi trabajo”, es una frase que el periódico El Confidencial recoge y que demuestra la particular conexión entre los dos.
Villeneuve no sólo cautivó a don Enzo, sino que a todo el mundo de la Fórmula Uno, que lo recuerda a 35 años de su trágica partida. Considerado como uno de los pilotos más importantes de la historia, aunque nunca haya ganado un título, por su carisma y estilo de conducción.
El circuito de Zolder vio el fin de Villeneuve. A falta de ocho minutos para el final de la qualy del Gran Premio de Bélgica, el canadiense se encontró con el alemán Jochen Mass en la pista, quien iba más lento. Mass se corrió a la derecha para darle espacio, pero Gilles hizo lo mismo, chocando por detrás a una velocidad estimada de 225 km/h. El auto voló unos 100 metros por el aire y el cuerpo de Villeneuve quedó unos 50 metros más allá.
Rápidamente, pilotos como John Watson y Derek Warwick salieron de sus autos para ayudar a un Villeneuve con pulso, pero que no respiraba. Trasladado al hospital de la Universidad de St. Raphael, el piloto llegó con fractura de cuello y fue mantenido con respiración asistida pero con muerte cerebral. Horas más tarde, después de la llegada de su esposa Joanna desde Mónaco, fue desconectado.
Villeneuve fue inicialmente considerado viejo para la F1, debutando con 27 años en 1977, a bordo de un McLaren en el GP de Gran Bretaña. Otra leyenda, James Hunt, notó sus condiciones y alertó a la escudería británica para que lo fichara, pero desistieron de aquello. Ferrari se aprovechó y se lo llevó. Con la Scudería debutó en su casa, Canadá, y un año más tarde, ganó su primera carrera también en Norteamérica, en el circuito de la Ile Notre-Dame, que después llevaría su nombre.
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Ídolo de los tifossi de Ferrari, siempre se caracterizó por ser valiente y temerario en su conducción, aunque siempre con lealtad con su equipo. No tuvo problemas para ayudar a Jody Scheckter para campeonar en 1979, esperando que su momento llegara. Quizá pudo ser ese fatal 1982.
En esa temporada, Villeneuve compartía equipo con Didier Pironi y el año no había partido bien. En San Marino, misma carrera donde Eliseo Salazar conseguía su mejor resultado en F1 (quinto), el canadiense vio su primera opción de mejorar. Aprovechando el boicot por la pelea entre FISA y FOCA y la ausencia de varios equipos, los dos Ferrari se pusieron en punta y parecía que Villeneuve vencería a Pironi. Pero el francés le robó el primer lugar en la última vuelta de Imola y lo relegó al segundo lugar. La traición dolió: Villeneuve decidió no dirigirle más la palabra a su coequipo. Dos semanas después, vino Bélgica.
Se asume que esto fue el origen del accidente en Zolder. Pironi tenía un tiempo menor al de Villeneuve en la qualy y éste no quería volver a ser vencido, por lo que habría salido agresivamente para batirlo. Otra versión es la del biógrafo del piloto, Gerald Donaldson, que, citando al ingeniero de Ferrari Mauri Forghieri, asegura que Villeneuve iba de vuelta a boxes.
“Fue el mayor diablo que nunca me he encontrado en la Fórmula 1”, opinaba Niki Lauda, mientras que su coequipo Scheckter creía que era “un romántico de la competición”. “Hay muchas posibilidades de que resulte herido en la próxima carrera. Si ocurre, qué se le va a hacer, es un riesgo del oficio”, decía Villeneuve, quien dejó legados en la F1. Su hijo, Jacques, fue piloto y campeón del mundo en 1977, y el circuito de Montreal lleva, desde el mismo año de su muerte, su nombre.
Pero la mayor de todas sus herencias fue el recuerdo de un piloto alegre y competitivo que estaba destinado a hacer historia, pero que la muerte lo privó de aquello.