La semana pasada tuve la oportunidad de entrevistar a Luciano Aued y, por más que le insistí, no quiso opinar sobre la continuidad de Cristian Paulucci. “Eso le corresponde al club”, repitió “Luli”.
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Los dirigentes dirigen, los entrenadores entrenan y los jugadores juegan. Suena de perogrullo, pero parece que no todos lo tienen tan claro.
Por lo menos eso es lo que se desprende del dramático presente de Universidad de Chile, donde los tres estamentos trabajan desunidos. Por algo están donde están.
El plantel pidió reiteradamente la ratificación de Esteban Valencia hasta el final de la temporada, instalados en la lucha por el título. Acto seguido de la oficialización, dejaron de respaldarlo sobre el pasto, que es donde vale, y el “Huevo” tuvo que irse.
Entonces, vinieron las excusas. Que fue un error dejar ir al psicólogo, que no puede ser que sean locales fuera de Santiago, que los nuevos dueños no dan la cara...
Y cuando la dieron, fue para tirar la pelota al córner o devolvérsela a los futbolistas, evadiendo las responsabilidades. El presidente Michael Clark apenas asomó para un acto comercial, hablando de pelear a nivel internacional, totalmente fuera de contexto.
El segundo máximo accionista dio una entrevista donde le echó la culpa a la “mala suerte” y “respaldó” a la plantilla. “Acá podría estar el mejor dirigente del mundo y no habría sacado al equipo de esta dinámica. A veces me gustaría entrar a la cancha, pero yo no soy jugador”, comentó Daniel Schapira en El Mercurio.
Jugadores que quieren dirigir y dirigentes que quieren jugar. En la “U”, todos van más allá de su horizonte.
