Desde que tengo recuerdos, mis mayores penas a nivel de selección corrieron por cuenta de Brasil. Imposible no haber odiado de niño a César Sampaio el día del doblete en Francia 98 o, ya más grande, a Juan por ese cabezazo que empezó a apagar la ilusión en Sudáfrica 2010.
PUBLICIDAD
Para qué decir el palo de Pinilla en la propia casa de ellos, el 2014, en la tarde futbolera más triste que recuerde. O la noche fatídica que nos dejó fuera de Rusia 2018, con la “Generación Dorada” en plenitud para afrontar ése, el que era su Mundial.
En el medio hemos ganado copas, dos de una, de hecho, aunque es imposible saber qué hubiese pasado si los brasileños se nos cruzaban en el camino en ese bicampeonato de América. Cada vez que los tenemos al frente en un partido decisivo, nosotros terminamos llorando y ellos celebrando, tengan o no un motivo para festejar, porque ya quedó demostrado en el cierre de las Eliminatorias pasadas que no te regalan nada.
Pero allá vamos de nuevo. Sobre todo porque el destino quiso que, después de pasarnos lamentando bajas durante todo este proceso, prácticamente todos los “históricos” llegan bien físicamente y pasando por buenos -o por lo menos aceptables- momentos en sus clubes.
Si Venezuela pudo sacarles un puntito camino a la Copa del Mundo sudafricana, por qué no podemos soñar con rescatar algo, con tener nuestro propio “Maracanazo”, ése que nos quedó debiendo el Mineirao hace ocho años. Aunque sea para llegar con vida a la última fecha.
Alguna vez nos tiene que tocar, ¿no?