La Católica es como un curso universitario ávido de conocimientos, que año a año tiene nuevos profes y va sumando aprendizajes. Ahora, si le ponen adelante un instructor que piensa que se las sabe todas, deja de creerle y prefiere salvar el año con el buena onda que los conoce desde hace rato.
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Así logró graduarse no con un título, sino con cuatro. El problema es que se cansó de pasar las mismas materias y la motivación del grupo se fue a piso, ya que sin respuestas no se pasan las pruebas.
La Chile, por el contrario, es como una sala desordenada, donde la vida se le hace imposible al profesor prácticamente desde el primer día de clases. No importa de dónde venga, si del extranjero, de nuestro país o de la propia casa, con suerte alcanzan a durar un semestre y no les queda otra que irse.
Eso sí, la culpa está lejos de ser exclusiva de los pupilos y del profe que se les pare al frente. Trasciende a toda la institución, pasando por el decano, por el director y por los dueños.
Por eso, si bien la salida parece ser la misma para ambas universidades, probablemente el resultado no sea similar. Cuando hay una estructura detrás que sostiene, los cambios suelen ser para mejor, pero cuando no existe, las modificaciones sólo son de parche.
En la UC está claro que hay un agotamiento del plantel, como reconoció el propio Cristian Paulucci. Con ese escenario, asoma más o menos lógico y sano para todos que pueda llegar un entrenador que vuelva a enseñarles algo nuevo a los jugadores, que los motive otra vez con un proyecto táctico novedoso.
Por el lado de la “U”, no se ve muy nítido que la partida de Santiago Escobar vaya a implicar un alza, como que da lo mismo quién llegue mientras no haya una base sólida que soporte los malos momentos. Ya quedó demostrado en los últimos tres años, donde los “azules” estuvieron condicionales hasta el final, a punto de echarse todos los ramos y ser expulsados de la enseñanza superior.