Minuto 85 del duelo entre Universidad Católica y Flamengo en San Carlos de Apoquindo. El local está cerca del empate y el entrenador tira toda la carne a la parrilla, para ir en busca de él en los instantes finales.
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Sin embargo, el improvisado defensa central Sebastián Galani, quien recibe una oportunidad de oro para ser titular en la Libertadores, decide salir jugando por el medio y se lanza un piscinazo que no cobra el árbitro, y que deja muy mal parada a la zaga que él integra. Resultado: 3-1 para el “Mengao” y fin a la ilusión de una igualdad que estaba calentita.
Momentos antes, en un córner a favor del “Fla”, Tomás Asta-Buruaga recibió un “cariñito” en su propia área y se desplomó, soltando su marca y habilitando a todo el mundo, en una jugada que pasó inadvertida porque no terminó en gol. Como la UC estaba buscando desesperadamente el tanto de la paridad, un compañero lo levantó rápido y el ex Deportes Antofagasta se paró como si nada hubiese ocurrido.
Lo advertido el lunes pasado en este mismo espacio, tras el clásico entre “cruzados” y “albos”, se vio más claro que nunca en la Copa. Las simulaciones en el fútbol chileno llegan a dar vergüenza ajena y, cuando hay jueces con pantalones, te cuestan goles y partidos.
Si realmente queremos mejorar en los torneos internacionales, urge sancionar con duros castigos a los futbolistas desleales, no sólo con sus compañeros de profesión, sino también con un espectáculo que se empobrece cada vez que se pita un “foulcito” para tomar aire. Ahí quedó la “viveza” de la que tanto se ufanan algunos, en el ridículo del exhombre de Coquimbo y la “U”, que más encima le costó una tarjeta roja a Felipe Gutiérrez por reclamar desde la banca, otro de los grandes vicios del balompié criollo.
Sea quien sea el que lidere el referato nacional, debe tener como prioridad acabar con la trampa, aprovechando una herramienta como el VAR que deja en evidencia a aquellos que tratan de pasarse de listos. Y que de listos no tienen nada cuando hay árbitros de verdad.