El 1 de mayo de 1994, la historia del automovilismo cambió radicalmente, tras el accidente que le arrebató la vida a uno de los pilotos más destacados del orbe.
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El Gran Premio de San Marino, en el Autódromo Enzo y Dino Ferrari, presenció uno de los momentos más tristes, pues el brasileño Ayrton Senna pereció.
Ese día, el volante carioca tomó la decisión de homenajear a su compañero australiano Roland Ratzenberg, quien perdió la vida un día antes, por un problema similar.
Incluso, Ayrton no quería correr, porque la pista no mostró las condiciones idóneas para desarrollar la competencia.
Cuando arrancó la rodada, Senna tomó la curva de Tamburello en la séptima vuelta, llevando su monoplaza al límite, tras alcanzar los 309 kilómetros por hora.
Sin embargo, el piloto brasileño perdió el control del vehículo e intento reducir la velocidad, pero su auto se estrelló contra el muro de contención, a una velocidad cercana a los 200 km/h.
La preocupación invadió la pista, pues los presentes no daban crédito del impresionante golpe que habían visto.
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Senna no reaccionó. De hecho, su cabeza sólo se movió una ocasión, pues había sido impactado en el casco con una rueda, lo que provocó una fractura de cráneo.
La tragedia trajo serios cambios en el trazado de este circuito. Incluso, se implementaron chicanas para reducir los sectores de velocidad.
“No sé pilotar de otra forma que no sea arriesgada, cuando tengo que sobrepasar el límite, lo hago. Cada piloto tiene uno, el mío está un poco más allá. Las carreras, la competición, están en mi sangre. Es parte de mí, es parte de mi vida. Lo he hecho durante toda mi vida y esto supera a todas las demás cosas.
“Si algún día tengo un accidente, prefiero morir. Soy una persona demasiado activa como para pasar el resto de mi vida en silla de ruedas”.
— Ayrton Senna, piloto brasileño