El segundo tiempo del partido entre Universidad Católica y Sao Paulo fue insoportable. Sacando las emociones propias de los tres goles marcados y de la rareza de que un equipo termine con ocho hombres, el complemento fue vergonzoso... y no solamente por el descontrol de los brasileños.
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Debido al resultado a favor y a los expulsados, los paulistas se dedicaron a tirarse al piso ante cualquier roce. Y contaron con la complicidad del árbitro, cuya herramienta para penalizar a un cuadro que no quiso jugar en la segunda parte eran los descuentos, pero sólo añadió seis minutos, cuando debieron haber sido por lo bajo unos 10′.
Al día siguiente, el Everton-Colo Colo también estuvo marcado por el protagonismo del arbitraje y del VAR, con la diferencia de que el “Cacique” no se dedicó descaradamente a “quemar” el reloj. Más allá de esto último, los cinco minutos fueron escasos para todas las incidencias que hubo.
Pongo estos casos para plantear una idea que ya se ha discutido en la International Board, la encargada de definir las reglas del fútbol. La opción de detener el cronómetro cuando la pelota no esté en movimiento, al estilo de la NBA, debería debatirse seriamente en los tiempos que corren, ya que los jueces no tienen los pantalones para adicionar el minutaje que corresponde, con el agravante de que ahora se permiten cinco cambios y de que el videoarbitraje interviene a cada rato.
Otra alternativa sería establecer una normativa que se cumpla a rajatabla. Por ejemplo: 30 segundos por sustitución y un minuto por tarjeta roja, por futbolista lesionado y por revisión de jugada.
En un deporte que pierde terreno ante la arremetida de los e-sports, que satisfacen a nuevas generaciones necesitadas de estímulos constantes, urge darle ritmo al juego. Eso de “manejar” los partidos puede terminar siendo un gol en contra.