Las infidelidades no solo son cuestión de los padres, porque los expertos aseguran que estas conductas también pasan factura en los hijos y la dinámica familiar en general.
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Los niños son más perspicaces de lo que pensamos, así que resulta un error creer que ellos no se dan cuenta o que tienen la misma madurez que los adultos para procesarlo de manera sana.
Esta clase de ejemplos en el hogar les genera un trauma que los afecta en su vida adulta. Investigaciones detectaron que influye en la vida emocional de los jóvenes y sus relaciones en el futuro.
De acuerdo con la escritora y terapeuta, Kate Figes, “los hijos de padres infieles viven relaciones amorosas marcadas por la incertidumbre”, es decir que les cuesta confiar en las otras personas y establecer compromisos.
“Los niños descendientes de padres infieles, cuando crecen, no piensan únicamente que sus padres fueron deshonestos con sus parejas, sino también con ellos mismos”, apunta según El Confidencial, por lo que deriva en baja autoestima, comportamiento asocial o sentimientos de abandono.
Entonces, es correcto concluir que aunque hayan pasado hasta décadas desde las infidelidades de los padres, esta experiencia de vida queda marcada para siempre en los hijos y algunos, tienden a imitar esas conductas más adelante.
Se distorsiona su percepción de cómo debe ser una relación de pareja y creen que la infidelidad es algo común o hasta deseable. En especial, si observaron esto entre los 11 y los 18 años, conforme con el mismo medio.
En esta etapa, sus convicciones morales sufren y pasan a comportarse de manera mucho más apegada a lo que vieron en el hogar con sus propias relaciones personales.
De ser necesario, es importante el apoyo por parte de un psicólogo para evitar estos problemas a largo plazo aunado al acompañamiento responsable de los padres. Esto es, evitar pelear frente a los hijos, hablar sobre el tema apegándose a los valores y hacerle saber que él o ella no fue el culpable.