Por inyección letal se cumplió la sentencia a muerte de John Wayne Gacy en 1994 pero su historial asesino quedó inmortalizado entre quienes padecieron el horror de la muerte de al menos 33 personas.
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Todos los crímenes de este hombre fueron ejecutados contra niños y jóvenes varones entre los 14 y 21 años. Lo peor, era que Gacy ejercía el noble oficio de payaso como fachada para engañar y atraer a sus víctimas, reseñó Semana.
Todo se descubrió tras una ardua investigación policial y periodística del medio The New York Times durante los años 70, tiempo en el que se reportaron las desapariciones.
“El payaso asesino”
Lo que mantuvo a este criminal lejos de la cárcel fue su inteligencia para no despertar sospechas. Se hacía llamar “Pogo” el payaso y asistía a eventos y fiestas para animar a los niños con juegos y bailes.
Su pasado era oscuro. Fue maltratado por su padre que era alcohólico, homofóbico y solía dejarlo en ridículo frente a sus amigos. También fue azotado y hasta violado por un familiar de su círculo más cercano. Todo eso junto a la falta de ayuda detonó en una personalidad voluble y calculadora que solo sentía placer con matar.
Los enterraba en su casa
Para atraer a sus víctimas hacía un contacto amigable en los sitios donde iba con su personaje. Luego de algunas conversaciones más decía que tenía un pequeño empleo de construcción en su casa para ellos y así fue como logró llevarlos hasta su casa en Illinois a comienzos de la década de los setenta.
Poco a poco fueron desapareciendo niños y jóvenes, pero nadie sabía hasta mucho después que él los violaba, los asesinaba y enterraba sus cuerpos en su propia vivienda.
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De su perfil criminal el antropólogo y escritor colombiano Esteban Cruz dijo: “Él representa de alguna manera la idea del enemigo interno; el psicópata perfecto. Gacy era el mejor vecino, el que ayudaba a los niños, ofrecía barbacoas y hasta era parte de un partido político. Pero también era el que tenía debajo de su casa los cadáveres de 30 muchachos. Esa contradicción hace su caso muy potente”, citó El Tiempo.
Fue hasta 1978 cuando se hallaron los primeros restos. El sujeto confesó sus crímenes y fue sentenciado a la pena capital, no sin antes pasar 14 años confinado en el corredor de la muerte, donde se dedicó a dibujar payasos.
En el expediente se registró que 26 cuerpos fueron enterrados en el sótano de su casa, tres en los alrededores y cuatro fueron lanzadas a un río cercano. Sus últimas palabras fueron igualmente perturbadoras: “Matarme no hará regresar a ninguna de las víctimas. ¡El Estado me está asesinando! ¡Nunca sabrán dónde están los otros!”.
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