Hay una creencia popular muy extendida de que el fin de una relación es igual a fracaso, dejando de lado el tiempo invertido y los grandes aprendizajes.
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¿Y es que solo puede considerarse éxito el ‘felices para siempre’? Pero, ¿qué hay de la madurez, la experiencia, los momentos de felicidad y los recuerdos que perduran con nosotros?
Eso también cuenta y es muy valioso de poner en la balanza cuando empezamos a reflexionar durante el fin de una relación.
De hecho, éxito también es saber decir adiós cuando es necesario, proteger nuestro corazón, elevar el amor propio y despedirse antes de que sea tóxico (o más tóxico).
Una ruptura no es el final definitivo de nuestra vida amorosa, sino la apertura de una etapa en la que podremos reconectar con nosotras mismas y una vez sanadas, con alguien más, iniciando ciclos nuevos y emocionantes.
Sin embargo, es innegable sentir decepción, expectativas rotas, un proyecto que se va a la nada... Y es válido permitirnos vivir esa descarga de dolor, de emociones intensas y hasta el miedo que produce la incertidumbre.
Por eso, reconocer esa valentía con la que encaramos esa etapa de sanación también es importante y es parte de un diálogo interno saludable.
Evitemos aprovechar este tiempo para culpabilizarnos, hablarnos de manera tóxica, traer a colación recuerdos que nos hacen daño, sobrepensar en lo sucedido e imaginar fantasías que no se apegan a la realidad.
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En estos momentos es cuando más debemos fortalecer nuestra autoestima, ya que nos comparamos con otras mujeres, pensamos que no somos suficientes o que hay algo mal con nosotras.
Por eso, todo depende del sentido que le demos al cierre de este capítulo. Merece la pena recordarlo con buenos ojos por el tiempo compartido, los aprendizajes obtenidos, la lluvia de emociones positivas que nos hicieron felices alguna vez y superar todo de la forma más sana.