Tras cuatro meses de circulación, la obra de danza contemporánea Como un océano de fuego finalizó su itinerancia que la llevó a once comunas alejadas de las capitales regionales. El proyecto, financiado por el Fondo Nacional de Fomento y Desarrollo de las Artes Escénicas 2025 del Ministerio de las Culturas, permitió a cientos de personas acceder gratuitamente a funciones acompañadas de mediaciones culturales y espacios de diálogo con el elenco.
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La gira cerró sus últimas fechas con funciones en Mulchén, en Artistas del Acero de Concepción y una presentación por confirmar en Chiguayante, completando así un recorrido que unió teatros, centros culturales y espacios comunitarios de tres regiones del sur de Chile.
La propuesta, dirigida por la coreógrafa del Biobío Lisette Navarratia, buscó acercar la danza contemporánea a públicos diversos. “Esta itinerancia sólo refuerza la importancia que tiene el hecho de mover los trabajos que se van creando, en distintos lugares, moverlos a otros territorios del país y no solamente para el público, en este caso específico de la danza, sino que también al público general, a la gente”, señaló Navarratia. Sobre la recepción del público agregó: “Yo creo que la obra remueve los estómagos de la gente. Al parecer tiene una sensibilidad que atraviesa generaciones, experiencias. Al parecer es algo bastante humano”.
Desde la producción, Camila Lara destacó tanto la emoción como los retos del proceso. “Siempre está el temor de que quizás irá poquito público, pero hemos tenido la fortuna de coincidir con equipos de gestores culturales que conocen muy bien a sus públicos y sus comunas, y que trabajan la programación y la difusión de los espacios de acuerdo a las necesidades del territorio”.
También recalcó la capacidad de adaptación del equipo: “Afortunadamente, hemos sido capaces de ir ajustando la obra cada vez que se ha requerido, manteniéndonos fieles a nuestra propuesta y atendiendo a las necesidades que se nos presentan”.
Los intérpretes coinciden en que la itinerancia significó un aprendizaje profundo. Ignacio Godoy valoró “la posibilidad de recorrer distintos territorios y conocer en primera persona las diferentes experiencias, visiones, reflexiones que surgen en el público”. Sin embargo, reconoció el desgaste físico: “Después de tremendos días de viaje, montaje, pasadas técnicas, pasadas generales, aún así llegar disponible y energético para la función siempre fue un desafío”.
Para Fernanda Coloma, cada función abrió un nuevo nivel de vínculo con la audiencia. “Lo más significativo ha sido el encuentro cultural mediado a través del arte. Pese a que la primera impresión sea que la obra es abstracta, igualmente las personas generan relatos y lecturas, principalmente emocionales, lo que me parece vital e importante, ya que no son tantos los espacios colectivos donde se dé valor a la interpretación emocional y simbólica”, afirmó. La intérprete recordó en particular la función de Renaico, cuando solo asistieron cinco personas: “Al finalizar, cuando hicimos el conversatorio tenían harto que decir y agradecer, por lo que resignificó lo valioso que es compartir y entregar la obra siempre que esté la posibilidad”.
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La bailarina Angela Epuyao resaltó la conexión con mujeres mayores del público y los desafíos del frío invernal: “Apreciaron un montón la obra y les mostró rincones de ellas que no siempre se suelen revelar”.
“Siento que habité la obra realmente. Porque atravesarla y vivirla en invierno que es un periodo crudo también, emocionalmente, es sentirse como un océano de fuego y querer explotar pero que no explote. Siento que se logró habitar de lleno y sentir que realmente en nuestros cuerpos está la obra viva, ardiendo”, añadió.
Por su parte, la intérprete Francisca Narváez subrayó la dimensión humana y descentralizadora de la experiencia: “En todo sentido es una experiencia que nos deja aprendizajes y también ganas de seguir viajando más con la danza”.
“Hoy siento que la estoy habitando de una manera más calma, con más seguridad o confianza en toda la obra en sí, en los movimientos, en cada momento. El poder presentarla tantas veces y conversar con la gente nos permite que el cuerpo se vaya permeando de eso, y siento que eso hace que habitemos la obra de una manera más presente, con todos nuestros sentidos”, sostuvo.

La itinerancia de Como un océano de fuego cierra un ciclo que marcó a públicos y artistas por igual, dejando una huella de sensibilidad, encuentro y reflexión. Con nuevos aprendizajes, el equipo se proyecta hacia futuros recorridos que sigan expandiendo el arte y la mediación cultural en todo el país.