La periodista Andrea Rosa del Pino relató en Instagram cómo una intervención estética mal realizada en Madrid casi le cuesta la vida. Su testimonio desató preocupación por la falta de regulación en clínicas “top” y el riesgo al que se exponen miles de mujeres.
Conocida por su trabajo en Europa y por su estrecha relación profesional con México, la periodista chilena Andrea Rosa del Pino estremeció Instagram al publicar la historia de cómo estuvo a un paso de morir tras someterse a un procedimiento estético en Madrid. Lo contó en tono irónico, con humor negro, pero también con una crudeza que deja claro el nivel de negligencia que enfrentó.
Testimonio de Andrea Rosa en Instagram
Según relató, todo partió con un comentario desafortunado. Una productora de televisión le aseguró que, en el mundo laboral, “el talento no sirve de nada si no estás como Emily Ratajkowski”.
Aquella frase hiriente la empujó a considerar una intervención llamada Hidrolipoláser, que prometía perder varias tallas sin dolor y que se ofrecía en una clínica “top” de la capital española. Andrea lo resumió en su publicación con brutal honestidad: tomó “la peor idea” y pagó 5 mil euros esperando salir más delgada, sin imaginar que aquello la enviaría directo al borde de la muerte.
La intervención, según explicó, consistía en anestesiar el abdomen, introducir una solución líquida, aplicar un láser para derretir la grasa, mezclarla con agua y drenarla. Todo, supuestamente, sin dolor. Pero algo salió terriblemente mal. A mitad del procedimiento, la anestesia se evaporó y quedó plenamente consciente mientras el láser atravesaba la grasa. Describió el dolor como si una espada al rojo vivo le desgarrara el cuerpo desde adentro. Su tensión subió, le aumentó la fiebre y comenzó a entrar en shock.
La clínica no llamó a emergencias ni pidió una ambulancia. Una enfermera simplemente la sentó en un taxi para que regresara a casa sola, sangrando. En cuanto se subió al coche, su mente empezó a desvanecerse entre el dolor y los efectos de los medicamentos, hasta el punto de delirar. Ya en su habitación, tomó un calmante y decidió dormir, convencida de que todo pasaría. Pero no estaba teniendo una reacción leve: su cuerpo seguía abierto y el procedimiento no había sido concluido.
Cuando sus amigas lograron localizarla, la encontraron en estado crítico. Fueron ellas quienes asumieron el rol que la clínica no cumplió. La llevaron al Hospital Gregorio Marañón, donde Andrea llegó con un sangrado tan abundante que el personal creyó que estaba perdiendo un embarazo avanzado. Solo entonces descubrieron la gravedad real del daño: estaba anémica, en shock y con varias incisiones activas. El procedimiento estético la había dejado al borde del colapso.
Lo más impactante llegó después. Por razones administrativas, tuvo que volver a la misma clínica donde había sufrido la negligencia para que la drenaran. Andrea describió ese momento como “una escena de película gore”: la presionaron, la exprimieron y la manipularon sin la anestesia adecuada, mientras ella resistía con el poco aire que le quedaba. El médico, que según ella nunca había lidiado con una emergencia, se limitó a darle un diazepam sublingual y a insistir en que estaba teniendo “un ataque de pánico”, a pesar de sus signos vitales fuera de control.
En su relato, la periodista también agradeció profundamente a sus amigas, a quienes llamó “su verdadera familia”. Ellas pasaron la noche en el hospital, se organizaron para mantenerla despierta, hablaron con los médicos, hicieron preguntas clave y la acompañaron mientras ella navegaba, dopada, por los efectos del tramadol. “Gracias por no soltarme la mano cuando yo misma me había dejado caer”, escribió.
Hoy, Andrea cuenta su historia desde su casa, vendada “como una momia” y aún drenando líquidos. Le cuesta sentarse, dormir y retomar su rutina, pero asegura que está confiando en la recuperación. Reconoce que probablemente su vida seguirá siendo una telenovela, pero promete no volver a exponerse a algo así. Andrea estuvo muy cerca de no contarlo.

