Durante décadas, Hugh Jackman ha sido sinónimo de carisma, elegancia y presencia impecable. Ya sea como el Wolverine musculoso que definió una era o como el showman encantador que cantaba y bailaba con sonrisa perfecta, el actor australiano parecía inmune al paso del tiempo. Pero mientras se prepara para el estreno de Song Sung Blue, cinta que protagoniza junto a Kate Hudson y que ya se perfila para la temporada de premios, Jackman acaba de provocar un auténtico shock colectivo: su transformación física tan radical que muchos tardaron segundos en reconocerlo.
Las primeras imágenes difundidas por A24 no muestran al galán habitual, sino a un hombre envejecido, con el cabello largo y completamente gris, barba desordenada y una apariencia andrajosa que parece arrastrar décadas de desgaste físico y emocional.

Un Robin Hood lejos del mito y más cerca de la carne
Lejos de la figura romántica que roba a los ricos para dar a los pobres, The Death of Robin Hood, dirigida por Michael Sarnoski (Pig, A Quiet Place: Day One), propone una relectura incómoda y profundamente humana del legendario forajido. Aquí, Robin Hood no es un símbolo pulido, sino un hombre real, lleno de cicatrices, culpa y contradicciones, enfrentado al peso de su propia leyenda.
Jackman lo resume con claridad en entrevista con Entertainment Weekly: este Robin Hood es “un hombre con dolor, arrepentimiento y amor”. La película se sitúa al final de su vida, cuando el personaje reflexiona sobre sus actos pasados y sobre cómo el folklore lo transformó en héroe, incluso cuando él sabe que fue, muchas veces, brutal y monstruoso.
El cambio físico no es gratuito. El cabello encanecido, la barba salvaje y el vestuario áspero funcionan como extensión del conflicto interno del personaje. Aunque el actor conserva parte de su conocida fortaleza física —Sarnoski ha confirmado que veremos destellos de su musculatura—, la energía que emana esta versión de Jackman no es heroica, sino agotada, casi salvaje.
El riesgo de envejecer frente a la cámara

En una industria obsesionada con la juventud eterna, la decisión de Hugh Jackman resulta especialmente significativa. No se trata solo de interpretar a un personaje mayor, sino de permitirse verse vulnerable, descuidado y físicamente transformado hasta el punto de incomodar. Es un gesto que recuerda inevitablemente a Logan, donde el actor ya había explorado el desgaste del héroe, pero aquí el enfoque es aún más crudo y menos redentor.
Sarnoski ha insistido en que esta no es una película de acción tradicional. La violencia, cuando aparece, es sucia, torpe y brutal, más cercana a un filme bélico que a una aventura épica. El director se inspira en las baladas originales del mito de Robin Hood, relatos orales mucho más oscuros de lo que el cine nos ha hecho creer. En ese contexto, el aspecto físico de Jackman no solo es coherente: es necesario.
A su lado, Bill Skarsgård interpreta a una versión de Little John marcada por un pasado compartido con Robin, mientras que Jodie Comer encarna a una misteriosa mujer que no es Maid Marian y que introduce una dimensión emocional distinta, más íntima y contenida. Todo apunta a un relato sobre la memoria, la culpa y la construcción de los héroes.
Con The Death of Robin Hood, Hugh Jackman no solo se transforma físicamente: rompe con su propia imagen pública. De galán eterno a hombre consumido por el tiempo, el actor apuesta por el riesgo y por una versión del cine que incomoda y cuestiona. Y quizá ahí reside lo más interesante de esta metamorfosis: recordarnos que incluso los mitos envejecen… y que el verdadero poder está en atreverse a mostrarlo.
