Para muchos turistas Puerto Natales es una antesala de las Torres del Paine, un descanso antes de embarcarse en esta travesía. Sin embargo, subestimar esta ciudad como sólo una parada, es una oportunidad desperdiciada de encantarse con esta bella localidad patagónica que tiene mucho más que hospedajes que ofrecer a sus visitantes. En un viaje organizado por la Cámara de Turismo Última Esperanza, descubrimos los bellos rincones y habitantes de Natales.
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Al recorrer las calles de Natales en búsqueda de la costa, el viento que se presenta se vuelve hostil, auxiliando al caminante con la velocidad de su paso. Al enfrentar la corriente, la sensación se asemeja a la de un pasajero de los asientos traseros detrás de una ventana de un auto que corre a toda velocidad.
El aliento no sólo es robado por el viento vertiginoso, la hermosa vista impacta al visitante con su azulado mar que está rodeado por cerros nevados. Este paisaje se embellece aún más con la presencia de los cisnes de cuello negro que logran robarle el protagonismo a la calma marea.
En estas aguas se encuentra una de las postales más famosas de Puerto Natales, los restos de un puente de madera que se alzan sobre el mar. Al frente de este recuerdo de la historia, se encuentra otro vestigio del tiempo pasado de la localidad; un galpón que una vez fue utilizado por la industria ganadera, y ahora es un espacio colaborativo de trabajo.
A mediados de abril, “El Galpón Lab” alojó la feria de “Sabores Natalinos”, la cual mostraba los diversos emprendimientos locales a los visitantes. Prácticamente en su totalidad estaban destinados a potenciar la gastronomía local, desde productos de trozos de carne ahumada y envasada; gelaterias artesanales; agua en prácticos sachets perfectos para transportarlos en largas caminatas; hasta exquisitos dulces franceses.
En una apartada esquina de la feria, a la entrada del baño, se encontraba el único puesto que no estaba dedicado a bebestibles y comestibles. La presidenta de la Asociación gremial de artesanos de Puerto Natales, Ana María Díaz, se encontraba sentada detrás de las obras de diversos trabajadores de artistas de la región. Díaz mencionó que dentro de la asociación hay 18 artesanos que manipulan diversas materias primas como la lana, el cuero, la greda, la madera, entre otras.
El pueblito de los recuerdos
Afortunadamente, ésta no es una representación de la focalización del comercio. La artesanía de la región tiene su propio complejo en la calle Valdivia dedicado a destacar el trabajo de los diversos artesanos de Puerto Natales, el “Pueblo artesanal Etherh Aike”.
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Entrar a la feria artesanal es como tener el gusto de adentrarse en un pequeño pueblito de una calle de dimensión. Pequeños locales pintados con los patrones que adornaban los cuerpos de los espíritus del pueblo Selk’nam, luces cálidas como enredaderas en el cielo y bancas de descanso en medio del paseo.
Gran parte de los dueños de los locales son artesanos que han estado por años en esta feria, que a principios de milenio se montaba en un terreno eriazo. El sitio se convirtió en una pintoresca locación con tienditas pequeñas que exhiben el trabajo y el esfuerzo de los artesanos de la zona.
Uno de los primeros locales que te recibe a la entrada de la feria, tiene como dueña a Angélica Berrios que junto a su esposo, tejen resguardados por el calor de una pequeña estufa a gas que hace soportable el frío. Ella elaboró todas las prendas que se encuentran en la tienda, desde chombas hasta bufandas de lana de oveja. Además, la pareja moldeó con cerámica en frío las figuras de los espíritus ceremoniales de la tribu Selk’nam, y las míticas torres que se alejan a 80 km del pueblo.
Al frente, se encuentra el local de la familia de René Gómez y María Duarte, un matrimonio de artesanos que partieron de este mundo. Ellos dejaron su legado impreso en su familia, quienes continúan con esta preciosa labor. Al entrar a la tienda, la señora Gladys Oyarce se encuentra tejiendo boinas para incrementar el inventario, quien se encontraba atendiendo en lugar de su sobrina.
El local alberga una diversidad de productos realizados por la familia de artesanos con un amplio manejo de materias primas como el cuero para la confección de zapatos; la madera para los relojes de madera que decoran la pared; y tiernos peluches de lana.
Al dirigirse al fondo de la pequeña calle, Julio Nahuelquin estaba en medio de su meticuloso trabajo. Él se encontraba pintando pequeñas figuras de cisnes de cuello negro para posteriormente convertirlos en souvenirs. El local pertenece a su madre, Fidelina Vargas, quien lo empezó hace unos 20 años atrás. Su hijo decidió sumarse al negocio después de reinventarse tras la pandemia; él se dedica a los recuerdos, mientras que su madre trabaja en el telar.
Su encantadora vecina, tiene por nombre María Huenchugaray, quien también es una de las locatarias con años en la feria. Con diversos objetos que celebran la cultura de su tierra, María ofrece su trabajo y esfuerzo a los visitantes que buscan recordar la particular localidad en la que están pisando. Pingüinos formados en el nudo de un pino; pequeñas ovejitas de lana; monederos de cuero grabados con la silueta de las Torres; hasta lápices con un adorno elaborado con piel de conejo.
Ella confeccionó tablas decorativas y pequeñas figuras de cerámica fría celebrando a la tribu Selk’nam. María entusiasmadamente sacó un libro para mostrar los espíritus indígenas en los cuales se inspiró, explicando un aspecto fundamental de la cultura, los orígenes de los colores típicos con los que se pintaban los cuerpos en las ceremonias; estos nacieron de la tierra (terracota), la ceniza (blanco) y el carbón (negro).
Por otra parte, una de las figuras en el local de la señora María, que también se puede encontrar en las otras tiendas de la feria, es el del animal prehistórico que habitaba las tierras patagónicas: el Milodón.
En las alturas, el viento es más fuerte
A kilómetros fuera de la ciudad, se ubica la “Cueva del Milodón”, un imperdible atractivo turístico con una historia milenaria. A través de un sendero dentro de un bosque nativo, poco a poco el visitante se acerca a lo que fue el hogar de la criatura prehistórica que habitaba la Patagonia.
Dentro del imponente cerro Benítez, que sobrepasa los 30 metros de altura, se divisa una enaltecida estatua de tamaño real del Milodón, que se extendía en dos metros de altura. Sin embargo, primero hay que recorrer su hábitat para llegar al animal.
La cueva tiene la perfecta cantidad de oscuridad para hacerla reconfortante, y la justa medida de luz para que los pies no terminen por tambalear en el suelo irregular con relieves pronunciados. Pequeños brotes de plantas, gracias a las filtraciones de agua, dan un poco de vida a este árido hogar cuyo cielo está adornado por las estalactitas.
El camino para llegar al Milodón, bordea el centro de la cueva que una vez fue dinamitada por hombres ambiciosos en busca de oro. Al final del recorrido, las escaleras te llevan a una plataforma con la imponente estatua del animal, que tiene una pose intimidante y una semblanza a un oso.
A pesar de ser el residente más conocido, el Milodón no es el único que habita las tierras de este cerro. A unos metros, se encuentra su vecino, Jorge Canales, un hombre que heredó un extenso terreno, quien diseñó un recorrido por un hermoso sendero que llega a pinturas rupestres, la “Ruta Rupestre Patagonia”. Estas figuras datan de hace más de dos mil años, donde alguna vez también se encontró el fósil del fémur del Milodón.
A través de los frondosos bosques, el otoño revela su llegada tiñendo de naranjo y amarillo los árboles, que viven en conjunto con especies perenne que mantienen su fuerte verdor; esta armonía hace del bosque una preciosa imagen. De sus troncos, la pureza del aire crea un musgo conocido como “barba de viejo”, que le entrega aún más vividez al bello paisaje que alberga al colibrí chileno y a la orquídea de porcelana, entre otras especies de flora y fauna chilena.
Una cuesta arriba prueba la capacidad de los caminantes, pero el destino vale la pena. El viento de Puerto Natales se convierte en protagonista al llegar a la cima del mirador de la Laguna Sofía, que amenaza con botar a quienes cometen un paso en falso. La vista de este risco es preciosa, un mundo por conquistar se despliega y la belleza de la región se hace inescapable. Una mera fotografía no le puede hacer justicia a la maravilla a la que el turista se ve enfrentado. Un paisaje inigualable. No queda nada más que admirar la hermosura de las tierras, y respirar.