El convencional Rodrigo Álvarez (UDI) es de quienes se declaran profundamente preocupados por el camino que está transitando la Convención. Y a pesar de que aún cree que tienen tiempo para “enmendar el rumbo”, dice no ver voluntad para ello.
PUBLICIDAD
A su juicio, sus pares de izquierda no están razonando. Prueba de ello, recalca, es que las normas que aprueban en Comisiones, como ocurrió con el informe de Derechos Fundamentales el pasado jueves, ni siquiera logró el apoyo de quienes las propusieron.
Según él, la moderación no es un atributo que sus compañeros de labores hayan adquirido.
¿Qué es lo que más le preocupa del debate?
—Es difícil resumir todo lo que a uno le preocupa, pero me preocupa el lenguaje y la visión maximalista de una Constitución gigantesca, con muchos artículos y al mismo tiempo, con muchos temas. También el establecer una Constitución sobre la base de nuevos principios que son muy distintos a los que tradicionalmente han tenido las constituciones; por ejemplo, un plurinacionalismo que considero desmedido y un medioambientalismo bastante radical. En tercer lugar, el trabajo demuestra que no ha existido ninguna capacidad de ponerse de acuerdo. Además, el trabajo se está desarrollando con mucha presión.
Han insistido en que se fija un trato preferente a los pueblos indígenas.
—Todos los chilenos respetan profundamente a los pueblos originarios y su cultura. Incluso, creo que todos entendemos que tienen una historia con alegrías y pesares y que, por tanto, había que dar una respuesta a esa realidad. Pero otra cosa es alterar profundamente nuestro modelo político, económico y nuestra igualdad ante la ley. Hay muchísimas normas que terminan estableciendo diferencia entre los chilenos, entregándole derechos muy superiores a los pueblos originarios, como las autonomías territoriales o sistemas jurídicos separados.
PUBLICIDAD
¿Cuál habría sido su fórmula?
— Entendíamos todos que había que buscar fórmulas de reconocimiento, de validación y de respeto a sus culturas. El punto intermedio podría haber sido no llegar a extremos.
¿Cómo sostienen la crítica si las normas aprobadas que están en el borrador de la nueva Constitución han sido visadas, algunas, con más de dos tercios?
—Mi visión es que por una serie de factores, entre ellos el sistema electoral utilizado, el momento en que se hizo la elección, la actual Convención está desbalanceada en relación a lo que opina la mayoría de los chilenos, o al menos un grupo importante de ellos. Hubo una preferencia particular con los 17 escaños reservados de pueblos originarios, y se terminó dando mayoría a causas que creo que son desmedidas. Cuando se suma el todo de las discusiones por capítulos, termina siendo totalmente equivocado, a veces es un exceso. Hay una fuerza que no ha logrado dimensionar todo el efecto que producen en el futuro de Chile.
¿Hay alguna autocrítica que hagan por no estar logrando que sus puntos generen consenso?
—Era posible haberlo hecho mejor. Pero en general hemos hecho propuestas en todas las materias. En muchos casos hemos hecho dos propuestas para tratar de que alguna fuera aprobada. La verdad es que en la Convención somos un grupo pequeño y creo que el gran problema ha sido que amplios sectores de izquierda votan en contra de cualquier cosa que pueda tener origen en la centroderecha y no han estado disponibles a sentarse a conversar.
¿Pero no hubiese sido mejor que trabajarán más unidos con RN y Evópoli?
—Quizás debimos tener actitudes distintas, pero mi impresión es que los dos bloques de derecha en materia de discusión de las normas hemos actuado con una enorme unidad. Evidentemente tenemos diferencias, pero mi sensación es que la tónica de la acción de los 37 convencionales de derecha ha sido de una inmensa unidad.
Se reinstaló el debate sobre aumentar el plazo de la Convención. ¿Cómo lo enfrenta?
—Lo primero que pedí fue una autocrítica a mis colegas de izquierda de los primeros seis meses. Ahí perdimos una cantidad enorme de tiempo. Y lo segundo, y lo pedimos formalmente, es que antes de hablar de tiempo hagamos bien el trabajo en cada etapa, porque es insólito que los artículos se caigan con menos votos de los que habían tenido en la Comisión.
¿Es evitable pedir más plazo?
—En primer lugar hay que cumplir el programa actual, trabajar intensamente, ver lo que vaya ocurriendo, pero lo mejor es tratar de hacer el trabajo bien a la primera. Porque tampoco tenemos la certeza de que si se dieran tres meses más no nos pasaría lo mismo. El problema no es el plazo, sino la forma en que se enfrenta el debate.
¿Qué le pareció que en el Senado la UDI y Evópoli pactaran con fuerzas de izquierda y dejaran a un lado a RN?
—Estuve 14 años de mi vida en la primera línea de la actividad política, pero ahora, después de diez años de retirado, estoy solamente dedicado a la Convención. Prefiero no opinar de lo que ocurre ahí. Sí espero que todas las fuerzas políticas de centroderecha sigamos actuando de manera unida, como lo hemos hecho las últimas semanas.
Su sector está en contra de la eliminación del Senado, pero en la discusión por la presidencia, varios dijeron que la pelea interna les hacía un flaco favor a quienes están en esa postura. ¿Cómo pretenden avanzar en la defensa de esa entidad?
—El Senado es absolutamente indispensable como un elemento clave en la separación de los poderes, en el control del poder del Ejecutivo. Es un elemento histórico que agrega democracia. Evidentemente las discusiones políticas del día a día a veces provocan grados de crítica, pero una cosa es una decisión política que pudo haber sido acertada o no, y otra muy distinta es eliminar una institución que es clave.