El poeta chileno Raúl Zurita, la rusa Liudmila Ulitskaya y el británico Salman Rushdie seguirán añorando el Premio Nobel de Literatura, que la Academia Sueca decidió conceder ayer al escritor y dramaturgo noruego Jon Fosse (64 años) por sus “innovativas obras de teatro y prosa que le dan voz a lo que no se puede decir”.
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No es un narrador masivo ni popular, como en otros casos, aunque sí un llamativo personaje perfilado entre el ostracismo y la excentricidad que vive en un castillo de Noruega, que se convirtió a la fe católica y escapó del alcoholismo.
En rigor, Fosse fue reconocido en el mundo anglosajón por “Un nuevo nombre: Septología VI-VII” -aún no traducido totalmente al español-, una obra autobiográfica de siete partes sobre un hombre que conoce a otra versión de sí mismo. Comprende 1.250 páginas sin un solo punto.
La Academia de Estocolmo destaca que “su inmensa obra escrita en la forma Nynorsk del noruego, y que cubre una gran variedad de géneros, en un caudal de obras de teatro, novelas, colecciones de poesía, ensayos, libros para niños y traducciones. Y está siendo cada vez más reconocido por su prosa”.
Asimismo, los responsables del Nobel sostienen que puede compararse a otros íconos como el irlandés Samuel Beckett, el austriaco Thomas Bernhard y el checoslovaco Franz Kafka.
Que Bob Dylan lo cante
En su momento, Fosse cuestionó una decisión de la Academia: “El Nobel a Bob Dylan fue una cosa local. Tiene canciones con letras maravillosas, pero es mucho mejor cuando lo escuchas que cuando lo lees”, sentenció entonces.
Ahora, claro, lo disfruta. Se le considera una gloria nacional de las letras noruegas y el Estado le entregó una casa dentro del recinto del Palacio Real en Oslo. Tras estudiar literatura, debutó en 1983 con “Rojo, negro”.
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Sus principales obras incluyen Boathouse (1989) y Melancholy I y II (1995-1996). La editorial Conatus publicó en español Trilogía, y luego sacará Septología en la Feria de Fráncfort.
“Estoy abrumado y agradecido. Lo veo como un premio a la literatura que ante todo aspira a ser literatura, sin otras consideraciones”, expresó Fosse a través de la forma menos literaria, un comunicado.
Un Nobel atípico, escribe en lo que él denomina “un idioma raro”, el nuevo noruego, que maneja sólo medio millón de personas pero que entienden todos los que hablan ese idioma así como el danés y el sueco.
Hace siete años reparte su tiempo entre una aldea próxima a Viena, una casa en un fiordo noruego y su residencia en la villa real de Oslo. Y en una entrevista con el diario Kristeligt Dagblad justificó su alejamiento de la bebida: “Hay una relación entre el alcohol y la escritura, que se remonta a los griegos. Yo bebía mucho y tuve que dejarlo. Me volvía sentimental, perdía el foco y la agudeza”. El 2013, asimismo, se hizo católico, luego de ser luterano y marxista.
“Nada en mi vida ni en mis escritos está planeado. La vida me sorprende y yo escribo”, cuenta Fosse, quien partió como Dylan.
“En mi adolescencia tocaba guitarra y violín, y hacía letras de canciones. Me encantaba escribir porque entraba en un refugio donde estar solo y sentirme seguro. Dejé la música y escribí una primera novela épica muy mala, y a los 20 la segunda. En esta ya había desarrollado mi propio lenguaje: fue “Rojo, blanco”, se publicó y de repente era escritor”, explica Fosse sobre esa magia que ya lo eternizó con el Nobel.