El Congreso de la República del Perú aprobó una ley que declara de interés nacional la recuperación y restauración de la goleta chilena Virgen de la Covadonga, hundida en 1880 frente a las costas de Chancay, en Lima; sin embargo, la decisión ha llamado la atención debido a que hay quienes consideran que en realidad se trata de una “tumba de guerra”.
La iniciativa, respaldada por la Comisión de Cultura, busca que el Ministerio de Cultura encabece las acciones para rescatar los restos del emblemático buque de la Guerra del Pacífico, “en tanto su estado de conservación lo permita”, lo cual luce complicado y —probablemente— hasta imposible.
La decisión —aprobada con 71 votos a favor, tres en contra y 13 abstenciones— despertó una ola de entusiasmo patriótico, especialmente en la comunidad de Chancay, donde el naufragio forma parte de la memoria local. Pero también encendió un debate complejo: ¿qué tan viable —y qué tan ético— es reflotar una nave que podría almacenar restos humanos?
El Congreso declara “interés nacional”: qué significa realmente
La medida, aprobada en primera votación, no autoriza directamente el reflotamiento ni asigna presupuesto específico, sino que abre el camino político para que el Ministerio de Cultura coordine con la Marina de Guerra del Perú, el Gobierno Regional de Lima y la Municipalidad de Chancay.
En términos prácticos, la declaración eleva el tema a rango de política pública patrimonial. Pero tanto la Marina de Guerra del Perú como historiadores peruanos y chilenos coinciden en que el gesto es más simbólico que operativo: no existe aún un plan técnico, un estudio de impacto ni una evaluación sobre la integridad real del pecio.
El contralmirante Juan Carlos Yosa, de la Marina de Guerra del Perú, reconoció que la Covadonga está hecha “de madera totalmente deteriorada por los años”, por lo que intentar levantarla del fondo sería “muy costoso y técnicamente riesgoso”. “Lo primero que podría pasar es que la estructura se parta”, advirtió.
Entre escombros y memoria: lo que realmente queda bajo el mar
Bajo las aguas del Pacífico, a unos 20 metros de profundidad, no reposa un barco intacto, sino un campo disperso de restos y fragmentos.
El naufragio, provocado por la explosión de un bote cargado de dinamita —un acto de sabotaje naval durante la Guerra del Pacífico—, partió la nave en cuestión de minutos, dejando al comandante Pablo de Ferrari y decenas de tripulantes atrapados a bordo.
Desde entonces, pescadores, buzos y misiones oficiales han extraído cañones, anclas y piezas de bronce.
Informes de la Marina peruana en 1987 y 1998 confirmaron que el casco “ya no tiene puntos de anclaje” y que la madera está “severamente degradada”. En palabras de los especialistas, la Covadonga ya no es un buque, sino un conjunto arqueológico subacuático.
La voz de alerta: “es una tumba de guerra”
En entrevista con Meganoticias, el historiador chileno Fernando Wilson, experto en historia naval, advirtió que la Covadonga no es solo un pecio histórico, sino una tumba de guerra.
“En términos estrictos, es una tumba de guerra. Hay restos humanos ahí —o los hubo— de los tripulantes, incluyendo al comandante Pablo de Ferrari, que murió con la detonación. Extraer una tumba de guerra no es simplemente una decisión administrativa”
El académico también recuerda que, de acuerdo con la tradición y el derecho marítimo, los buques de guerra hundidos mantienen soberanía del país de bandera, en este caso Chile, lo que podría generar implicaciones diplomáticas si Perú decide intervenir sin coordinación.

Chile observa en silencio, pero el debate está abierto
Aunque el Gobierno chileno no se ha pronunciado oficialmente, el tema toca fibras sensibles: la Covadonga fue una embarcación símbolo de la Armada chilena durante la Guerra del Pacífico, célebre por su papel en el combate de Punta Gruesa, donde logró que la fragata peruana Independencia encallara.
Reflotar sus restos sin acuerdo bilateral podría interpretarse como una acción unilateral sobre un bien que Chile considera parte de su memoria militar. Por ahora, el gesto peruano es percibido como una iniciativa con más peso político que arqueológico, impulsada por el “espíritu patriótico y local” de Chancay, según reconoció la propia Comisión de Cultura.

