El uso de la semaglutida, conocida comercialmente como Ozempic, se ha expandido en Chile como alternativa para la pérdida de peso, más allá de su indicación original para la diabetes tipo 2; sin embargo, un estudio desarrollado por la Universidad Diego Portales (UDP) encendió alertas sobre los efectos que puede generar su uso sin supervisión médica y, especialmente, sobre lo que ocurre cuando el tratamiento se suspende.
La investigación proyectó el impacto del medicamento en la población chilena y recogió evidencia científica que apunta a beneficios acotados, junto con riesgos relevantes asociados al llamado “efecto rebote” y a la pérdida de masa muscular. La académica y doctora en Salud Pública, Fanny Petermann-Rocha, explicó que el fármaco no puede entenderse como una solución permanente si no existe un cambio sostenido en los hábitos de vida.
El efecto rebote tras suspender Ozempic
Uno de los puntos centrales del análisis es lo que sucede cuando las personas dejan de utilizar el medicamento. Según explicó la especialista, la baja de peso inducida por Ozempic no se mantiene en el tiempo si no está acompañada de modificaciones reales en la alimentación y la actividad física.
La advertencia es clara: al suspender el tratamiento sin asesoramiento, el peso suele recuperarse, pero no de la misma forma. Durante la pérdida inicial se reduce grasa, agua y masa muscular. En cambio, al recuperar kilos, el aumento se concentra principalmente en grasa corporal. De acuerdo con Petermann-Rocha, este proceso deja a las personas en una condición metabólica más desfavorable que antes de iniciar el uso del fármaco.
Pérdida de masa muscular y límites del uso prolongado
Otro hallazgo relevante es la disminución de masa muscular asociada a la pérdida de peso rápida. Estudios internacionales citados por la académica indican que algunas personas pueden perder hasta un 27% de su masa muscular durante el tratamiento, un factor que tiene impacto directo en la salud, especialmente en adultos mayores.
Sobre la posibilidad de usar Ozempic de forma indefinida para evitar el rebote, la experta señaló que no existe evidencia suficiente que respalde su seguridad más allá de dos años. Recomendar su uso de por vida, sin estudios de largo plazo que lo avalen, plantea cuestionamientos éticos y médicos.
¿Puede ser una política pública en Chile?
El estudio de la UDP también analizó si el medicamento podría incorporarse como política pública. Según la evidencia revisada, los beneficios más claros se concentran en un grupo específico: personas mayores de 45 años, con índice de masa corporal superior a 27, sin diabetes y con antecedentes de eventos cardiovasculares.
Ese grupo representa cerca del 3,4% de la población chilena, lo que descarta su uso masivo como estrategia de base para enfrentar la obesidad. La investigación plantea que, en caso de considerarse, debería ser una medida focalizada y siempre acompañada de seguimiento médico.
Mercado informal y cambios de conducta
La académica reconoció además la existencia de un mercado informal del medicamento y la facilidad para obtener recetas, lo que aumenta el riesgo de uso sin control profesional. A esto se suma un efecto conductual observado en algunos usuarios, quienes reducen drásticamente la ingesta de alimentos y modifican sus dinámicas sociales.
Frente a este escenario, el estudio enfatiza que el tratamiento farmacológico no puede reemplazar la educación alimentaria ni la construcción de hábitos sostenibles en el tiempo, especialmente en el entorno familiar.

