Con el triunfo de José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial, uno de los temas que reapareció con fuerza en el debate público es el eventual retorno de la figura tradicional de Primera Dama. La discusión no es menor: durante el gobierno de Gabriel Boric, este rol fue cuestionado, reformulado y finalmente desmantelado, en una señal que buscaba romper con lo que el oficialismo calificaba como una estructura simbólica ligada al parentesco y no a la institucionalidad.
El nuevo escenario político, sin embargo, propone una mirada distinta. Desde sectores cercanos al presidente electo se ha planteado que la figura de la Primera Dama cumple un rol social, protocolar y de apoyo que no contradice la modernidad del Estado, sino que puede convivir con ella.
El precedente del gobierno anterior
Durante la administración de Boric, Irina Karamanos, entonces su pareja, asumió inicialmente funciones asociadas a la Primera Dama, pero bajo una lógica distinta. El cargo fue rebautizado como “Gabinete Irina Karamanos” y se anunció un proceso de transformación que buscaba eliminar su carácter tradicional.
Con el paso del tiempo, esa estructura fue desarmada y sus funciones redistribuidas, sin que se consolidara un modelo alternativo permanente. Para la oposición de entonces, y hoy sectores afines a Kast, la experiencia evidenció contradicciones: se criticó la existencia del cargo, pero se ejerció igualmente, aunque con un enfoque ideológico distinto.
Visiones enfrentadas sobre modernidad y simbolismo
El debate volvió a intensificarse luego de que desde el actual oficialismo se insistiera en que un “Estado moderno” no debiera sostener roles basados en vínculos personales. Desde la derecha, la respuesta fue inmediata: se cuestionó que esa crítica ignore la experiencia reciente y se acusó un doble estándar en el discurso.
Para este sector, la eliminación del rol no trajo mayor eficiencia ni claridad institucional, y sí dejó una sensación de improvisación. En contraste, desde la izquierda se sostiene que la supresión del cargo fue un avance simbólico, aunque reconocen que su implementación fue incompleta.
Más que una persona, un modelo de Estado
Más allá de los nombres propios, la discusión de fondo apunta a cómo se concibe el poder y su representación. Para algunos, la Primera Dama encarna una tradición innecesaria; para otros, es una figura que puede aportar cohesión social y respaldo a causas de interés público, sin interferir en la estructura democrática.
El triunfo de Kast no sólo marca un giro político, sino también cultural. El eventual retorno de la Primera Dama funciona como símbolo de ese cambio ahora protagonizado por Pía Adriasola.

