Tecnología

Niños con chip: implantes cerebrales en recién nacidos con epilepsia genética abren un debate ético mundial

El hospital universitario Charité de Berlín inició un controvertido ensayo clínico que marca un antes y un después en la relación entre cerebro y tecnología.

N1 chip cerebral de Neuralink
Procedimiento Un cirujano robot taladra un agujero en el cráneo, fija los electrodos e implanta el chip. (Neuralink)

Hasta hace poco, los implantes cerebrales eran algo reservado para adultos en situaciones críticas. Pero la medicina está avanzando más rápido que la ética, y eso quedó claro esta semana en Alemania. El hospital Charité de Berlín —uno de los centros médicos más prestigiosos de Europa— anunció el inicio de un ensayo clínico pionero que implica la implantación de chips cerebrales en recién nacidos diagnosticados con epilepsia genética refractaria, una condición extremadamente rara y peligrosa que puede destruir neuronas antes del primer año de vida.

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Estos bebés nacen con mutaciones específicas que causan crisis epilépticas múltiples e incontrolables desde los primeros días. Medicamentos tradicionales no funcionan, y los daños al desarrollo cognitivo suelen ser irreversibles. La solución que proponen ahora no es farmacológica, sino electrónica.

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Tu leche puede alimentar y salvar a un bebé prematuro.
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Cómo funciona el chip neuronal y qué puede hacer

El dispositivo en cuestión es un sensor cerebral de última generación, desarrollado en colaboración con el Instituto Fraunhofer. Tiene el tamaño de una lente de contacto y se implanta en la corteza cerebral del recién nacido en una cirugía mínimamente invasiva. Su función es doble: registrar la actividad eléctrica del cerebro en tiempo real y emitir microimpulsos eléctricos para neutralizar las crisis antes de que ocurran.

En otras palabras, actúa como una especie de “marcapasos cerebral” que detecta patrones epilépticos inminentes y los interrumpe antes de que se manifiesten.

Este tipo de tecnología ya ha sido probada en adultos con Parkinson o epilepsia severa, pero es la primera vez en la historia médica moderna que se implanta en bebés sin capacidad de consentimiento y con el cerebro aún en formación.

El chip cerebral de Synchron

¿Salvación o distopía tecnológica?

Las primeras intervenciones se realizaron en mayo de 2025, y aunque los resultados iniciales son prometedores —los tres bebés intervenidos no han tenido nuevas crisis severas desde la cirugía—, la comunidad médica y bioética está dividida.

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Mientras algunos aplauden el enfoque como una revolución médica que puede salvar vidas, otros lo ven como un precedente peligroso que podría abrir la puerta a una nueva era de intervención neurotecnológica en seres humanos desde el nacimiento.

“Estamos implantando tecnología en cerebros que aún no saben caminar. Es una línea ética delicada que no podemos ignorar”, afirma el bioeticista francés Émile Caillard, quien fue uno de los primeros en cuestionar públicamente el ensayo.

Por su parte, la doctora Erika Von Althaus, neuróloga pediátrica y una de las líderes del proyecto en Charité, se defiende:

⁠“La alternativa para estos niños no es la vida sin implante: es una vida devastada por la epilepsia o incluso la muerte neuronal. No les estamos quitando su humanidad, les estamos devolviendo una oportunidad.”

agencia
Bebé nace en la calle frente a hospital del noroeste de Guayaquil.

Los neuroderechos entran en escena

Chile fue pionero en legislar sobre neuroderechos en 2021, y ahora otras naciones están considerando marcos regulatorios similares. El caso de los bebés alemanes reaviva la necesidad de discutir quién controla la tecnología cuando se instala directamente en el cerebro humano y qué pasa cuando el paciente aún no puede decidir.

¿Qué datos se registran? ¿Quién los puede ver? ¿Podrá el chip influir en el desarrollo emocional o cognitivo de estos niños? ¿Y qué garantías existen de que este tipo de tecnología no se utilice en contextos no terapéuticos en el futuro?

“Los cerebros no deberían ser plataformas tecnológicas desde el nacimiento. Estamos creando usuarios sin consentimiento,” advierte la investigadora en derechos digitales Nora Bremer.

No son cyborgs, pero tampoco son lo de antes

Los médicos insisten en que los chips no controlan la mente, ni almacenan datos ni tienen conectividad inalámbrica. Solo detectan señales eléctricas específicas y reaccionan para prevenir daños. Pero en un mundo donde la frontera entre lo biológico y lo artificial se diluye cada vez más, esta clase de procedimientos despierta temores profundos sobre lo que significa ser humano.

Y aunque el objetivo médico sea noble —prevenir el deterioro neurológico y permitir un desarrollo sano—, hay un hecho que resulta innegable: estos bebés serán los primeros humanos en crecer con un chip cerebral desde el día uno.

El futuro: medicina de precisión o sociedad aumentada

La pregunta que surge después de este hito es: ¿qué sigue? Si los resultados son positivos, es probable que esta tecnología se expanda a otras condiciones neurológicas infantiles como parálisis cerebral, trastornos motores congénitos o incluso autismo.

En paralelo, empresas tecnológicas como Neuralink y Kernel ya trabajan en dispositivos con objetivos más amplios: mejorar memoria, acelerar aprendizaje, expandir los sentidos. La línea entre tratamiento médico y mejora humana se está desdibujando.

Y mientras tanto, una generación entera podría crecer con tecnología integrada al cerebro desde la cuna.

Hay muchos nombres inspirados en el Día de San Valentín ideales para ponerle a un bebé nacido en febrero
Hay muchos nombres inspirados en el Día de San Valentín ideales para ponerle a un bebé nacido en febrero | (Pexels)

¿Estamos listos como sociedad?

El experimento alemán no es una escena de ciencia ficción. Es real. Ya pasó. Y está ocurriendo en este momento.

Las implicancias van más allá de la medicina. Tocan fibras profundas sobre la privacidad, el consentimiento, la identidad y el futuro mismo de la especie humana.

La tecnología que llevamos en el bolsillo ahora también puede estar en el córtex. La pregunta ya no es “si podemos hacerlo”, sino “¿debemos hacerlo?” Y sobre todo, “¿quién decide por quién cuando la decisión ocurre antes del primer llanto?”.

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