Columna de Isabel Palma: "Volver a lo simple"

Mi columna de esta se­mana pretende ser tan sencilla como el tema del que trata: volver a lo simple. Para ello, me apoyaré en dos eventos que marcaron mi semana. En el primero, Amaro Gómez-Pablos comentaba en una radio acerca de un libro llamado “Todo lo que real­men­te necesitaba saber, lo aprendí en el kinder”, de Robert Fulghum. En el segundo, amigos en Facebook co­mentaban acerca de la historia de un violinista famoso ignorado mientras tocaba en el Metro de Washington. ¿Qué tienen en común ambas historias? Nos permiten reflexionar acerca de cómo muchas veces las preocupaciones, el estrés, el exitismo, la falta de tiempo y las presiones nos hacen perder de vista aquellas cosas sim­ples pero fundamentales.

Robert Fulghum es un escritor estadounidense de más de 80 años. Él, en su libro “Todo lo que real­men­te necesitaba saber, lo aprendí en el kinder Garden”, expone las lecciones que todo niño recibe en sus primeros años y que finalmente son la base de una buena convivencia, del respeto por el otro, de la justicia y el buen vivir. Algunas de las lecciones son: “Comparte todo; juega limpio; no hieras a los demás; no le pegues a los demás; limpia lo que ensucias; coloca las cosas, una vez usadas, en el lugar donde las encontraste; no te quedes con lo que no es tuyo; discúlpate si has lastimado a alguien; vive una vi­da balanceada: aprende, piensa, di­bu­ja, pinta, canta, baila, juega y trabaja, todo en un mismo día; mira hacia los lados cuando cruces la calle y dale la mano a tus compañeros para mantenerse juntos.”

Miro esas reglas, tan básicas y no dejo de asombrarme de cuán importantes son. Miro nuestra sociedad y veo como, si algunas personas hubiesen sido más cuidadosas en estas simples normas, nos hubiésemos evitado tanto dolor. Hago el siguiente ejercicio: Comparte todo = solidaridad e igualdad; juega limpio = en tus negocios, con tus amigos; no le pegues a los demás = no discrimines a otros por ser distintos; limpia lo que ensucias = ¡cuida tu planeta!, ¡respeta a tu vecino!; coloca las cosas, una vez usadas, en el lugar donde las encontraste = cuida los recursos naturales, ¡no a la depredación!; no te quedes con lo que no es tuyo= ¡no robes! ¡no engañes! ¡no te aproveches de una posición privilegiada!; discúlpate si has lastimado a alguien= reconoce tus errores; mira hacia los lados cuando cruces la calle= sé cauto en tus negocios, en tu vida personal ; y dale la mano a tus compañeros para mantenerse juntos = porque la fuerza está en la unidad y en entender que juntos somos más.

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Este octogenario señor dijo una gran verdad: hay ciertas cosas que no requieren un doctorado, hay ciertos principios básicos que, si los adoptamos, nos permitirán vivir en una sociedad más justa y mas amable.

La segunda historia trata de un experimento realizado por The Washington Post en una estación de Me­tro de Washington DC. Éste consistía en que Joshua Bell, eximio violinista, interpretara por 45 minutos las más complicadas y bellas piezas de música clásica en su violín. ¿El resultado? De las más de 1.000 personas que pasaron por ahí a esa hora (la mayoría camino a su trabajo), sólo seis se detuvieron y permanecieron por algún tiempo y recibió US$32 de propina.  Nadie aplaudió. Días antes, Bell había agotado un concierto en Boston con entradas promedio de US$100.

The Washington Post estaba investigando cómo las prioridades afectan la percepción y el gusto de las personas. Buscaba contestar preguntas tales como: ¿Somos capaces de percibir la belleza? (si existe una belleza objetivamente hablan­do), ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿La reconoce­mos cuando está fuera de su contexto?

 ¿La respuesta? Desde mi perspectiva, podemos concluir tantas cosas distintas, pero aun así vale la pena meditar sobre ellas. Ejemplos son: “Quien no es conocedor de la música clásica no es capaz de reconocer a un eximio tocando” o “Las personas sí son capaces de reconocer la belleza de este eximio, pero las presiones de la vida son tan feroces que aun reconociéndolo no tenemos tiempo de detenernos a disfrutarlo”. No cabe duda de que esta última hipótesis es muy dura, pues habla de la cantidad de cosas que suceden en nuestra vida y que debemos dejar pasar porque no tenemos tiempo de gozar de ellas. 

Estas dos historias tienen mucho en común: volver a lo simple. Tratar, a pesar de que este mundo nos empuja hacia otro lado, de hacernos el tiempo de disfrutar de lo bello que tenemos.  Y entender que con pequeñas normas, que un niño de ocho años ya conoce, este mundo puede ser un poco más grato para todos. 

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