Estuve mirando “Yo amo a los 90”. Fue cuando redescubrí el valor de la farándula en los medios de comunicación chilenos en estos tiempos donde se levantan criticas hasta incluso desde La Moneda. No se puede negar su aporte. ¿No me cree? le cuento.
La televisión era profundamente clasista durante los años 90 y estaba comandada por esa casta de Boloccos, Morandés y derivados. Era una cultura de maderas y dorados, de grandes techos, como el Hyatt. Como los escenarios de Canal 13 en los programas de Bertran. Como en la FISA.
En las imágenes de archivo se levanta una pregunta: ¿dónde están los que no tienen? Ellos son los desaparecidos del retorno a la democracia. No hay registro sobre ellos. Sólo son zombies respondiendo preguntas, de vez en cuando desde el micrófono de Sutherland, un periodista moreno que parecía que se iba a quedar ahí para siempre arriesgando el pellejo en la calle a la que jamás iba a salir Javier Miranda.
La pareja de Zamorano (el meritócrata) y Kenita Larraín (que tenía que ser Larraín para llamar la atención de revista Cosas, por supuesto) quiebra esa lógica y llama la atención del país. Pero cuando se quiebra la pareja dorada no hay herederos (afortunadamente) del supuesto glamour que presentaban. Desde esa lógica Las Últimas Noticias es el centro del relato del descontrol de todo y ahí hay un valor importantísimo: hay integración.
Yo creo que la farándula es la entrada de los pobres a la tele: de los que buscan fama y dinero, contra todo, en un país que no les daría oportunidad si no fuera por el “talento”: esa lógica bien católica y relativa de tener algo porque “Dios así lo quiso” más que por capacidades. Por eso “Rojo” también es cantera de la pérdida de pudor: eran lo suficientemente pobres como para que la tele abusara de sus intimidades. El tratamiento a Daniela Castillo, digamos, era muy distinto al de Nelson Mauricio Pacheco o al de “Toco-Toco”.
Lo maravilloso es que con el avance de los años doblecero la farándula va dejando entrar a más y más gente y los que están ahí, los que disfrutaron del caviar, se van quejando desde sus trincheras y empiezan a alertarse al mostrarse demodé: de vez en cuando salen los Vodanovic a “criticar a la farándula” que es básicamente despreciar al menos poderoso, si el poder viniese a ser los medios en este caso.
A esa estructura entran luego los hijos de los pobres, que luego de estudiar en universidades costeadas por la deuda, van a hacerle preguntas a estos otros pobres que se la juegan por firmar autógrafos y visitar discoteques. Y se desarrolla una industria con programas, shows en vivo, fotologs. Todo esto llega a la revolución total cuando aparecen los Pokemones que son el post “Rojo”: ya no se necesitaba “talento” para entrar a la tele: sólo se necesitaba transgredir el canon estético y eso es democratización.
El día D de todo esto es cuando agarran a piedrazos la puerta de TVN por un concurso de popularidad pelotudo que se le escapa de las manos a la producción del “Buenos días a todos”: esa es la toma de la Bastilla. Pero a la vez el principio del final: el retorno de los “bellos” del couché.
Ese regreso desesperado será desde el arte: el nuevo pasatiempo de los hijos de los que más tienen es el cine, el teatro y sus derivados. Sus cortesanos vendrán de la clase media (los que generalmente tienen talento, que es lo que no se puede heredar) y les rogarán financiamiento y diseñarán otra industria. Tengo larga teoría de por qué aun no logran volver eso un modelo de negocios y a veces aún parecen actos de vanidad pero será material para otro pedazo de texto.
Ahí comienza el nuevo foco: ir por el que tiene más. El periodismo de farándula también hereda los vicios de una sociedad que escapa del conflicto (¡upa, se levantaron los pobres, llamen a la policia!) y comienza a suavizarse y mostrar lanzamientos donde van esos actores y directores. Ahí los conflictos se suavizan y le queman a la gente el ticket del espectáculo. Cuando toman fuerza y van por los pololeos quebrados de los actores y socialités, comienza la caza: no se tolera el cruce del límite. El mundo de la “farándula” parece desde esa mirada sólo reservada a los “Tatones” del universo.
Y ahí radica algo interesante, es que finalmente las críticas a la farándula provienen de los mismos potenciales faranduleros, que convencidos de que “está mal” comienzan a disparar contra la creación de historias teniendo 400 canales de cable, y millones de sitios web. Pero la atención la ponen ahí. ¿Y saben? Repiten el patrón de lo que pasa con la reforma educacional, donde los pobres quieren no estar cerca de los más pobres que ellos. Finalmente rechazan su reflejo. Y eso es parte de una sociedad perversa que tiene las preocupaciones en el baño de la casa. En vez de preocuparse los críticos de la farándula de eso, deberían preocuparse de cómo volver populares otras expresiones culturales. Pero el drama de eso es que demanda trabajo y pucha, en Chile, eso le cuesta al progresismo demasiado. Podrían quedarse sin cenar el fin de semana para mostrarlo por Instagram.
Odiar la farándula es el acto de arribismo cultural más fácil, por eso es despreciable. Es tomarse en serio algo que los que están ahí probablemente tampoco se lo toman, por tanto es un acto de estupidez. Por eso viva la farándula, viva el pueblo, viva “Intrusos”, “SQP” y viva el “Toco Toco” que algún día cruzará el amplio portón de TVN y caminará como un hombre libre en ese casino enorme para volver a pedir un tomate-palta-mayo. Esa es la “revolución desde tu televisión” como dijeron los Plastilina Mosh.
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