Tras la última estimación del Departamento de Evaluación, Medición y Registro Educacional (Demre), se evidenció que el 37% de las personas inscritas para participar en el actual proceso de rendición de la PSU quedó excluido debido a que las condiciones para realizarlo fueron “anómalas y desfavorables”. Esto encendió las alarmas no sólo de las autoridades pertinentes, sino que también de todos aquellos actores involucrados en la realidad académica del país.
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Si bien es una cifra preocupante, cabe preguntarse cuál podría ser la real causa de la crisis que está viviendo el sistema de educación superior. Es más, ¿podría definirse como crisis?
Según Diosnara Ortega, Directora de la Escuela de Sociología de la Universidad Católica Silva Henríquez, “hay un encuadre reciente desde donde podemos leer la supuesta crisis de la educación superior en Chile y refiere a los cambios producidos a partir de la última reforma universitaria introducida con el conocido Proceso o Plan Bolonia a fines de los años ochenta en Europa. En las últimas tres décadas hemos avanzado muy aceleradamente hacia la implantación de una sociedad del conocimiento altamente tecnificada y ello impacta directamente en la educación superior, expliquémonos entonces el boom de las matrículas de carreras como Ingeniería Comercial, Trabajo Social, Psicología, en detrimento de las humanidades y las ciencias sociales clásicas”.
Asimismo, Ortega sostiene que el debate entre quienes interpretan esta realidad como la «tecnificación» o «mercantilización» de la educación superior no explicaría en sí mismo lo que está ocurriendo. De hecho, “uno se puede preguntar si hay crisis en Chile cuando las matrículas, tras amplitud de oferta universitaria de casas de estudio, han mostrado sostenido crecimiento. Si cada vez más sectores de la sociedad aspiran, y en efecto pueden ingresar a la educación superior, ¿dónde radica la crisis? Un ejemplo provocador, los y las jóvenes que han protagonizado en las últimas semanas el boicot a la realización de la Prueba de Selección Universitaria, a la vez que vienen demandando el fin del instrumento, exigen con total legitimidad su derecho a ingresar a la educación superior. En mi experiencia como docente universitaria y socióloga algo que me llama mucho la atención es la disonancia entre los sistemas de valores con que nos movemos. Allí me parece radica en efecto el nicho reproductor de toda crisis social, y en este caso de la educación superior: la contradicción entre sistemas valóricos y estructuras sociales”.
MERITOCRACIA: ¿MITO O REALIDAD?
El discurso histórico que se ha generado en torno a la meritocracia en Chile, es un gran ejemplo de lo que la sociología estudia como instrumento de reproducción en torno a desigualdades y mecanismos de cierre social.
“No podemos caracterizar la meritocracia en sí, sino comprendiendo desde donde ella se produce y para qué se reproduce. Es decir, a quienes afecta. La meritocracia no es buena o mala en sí. Hay sociedades donde se cuentan con políticas públicas orientadas a la disminución de desigualdades sociales: por ejemplo políticas salariales centradas en la igualdad de género, sistemas educacionales universales orientados a la inclusión y empoderamiento de los sectores más vulnerables, entre otros. La meritocracia en estos casos, no deviene en un instrumento de exclusión y cierre social, sino más bien lo contrario. En cambio, en sociedades donde prima la segregación social, ésta sirve a la legitimación de tal desigualdad”, explica Ortega.
En ese sentido, ¿cabe preguntarse si la meritocracia contribuye a la inclusión o la exclusión social? Para la académica de la UCSH analizar en detalle el curso histórico de la misma en Chile “nos permite entonces comprender que es un instrumento para la reproducción de las élites, las desigualdades y la exclusión social. Sin embargo, este es un discurso que tiene mucha legitimidad en los imaginarios sociales, no sólo de la élite, sino además en los grupos más vulnerables”.
La Sociología ha venido estudiando estas contradicciones desde su surgimiento como ciencia. Es más, Ortega concluye que “lo que observamos como crisis no constituye precisamente un peligro para la reproducción del sistema, en otras palabras: la supuesta crisis de la Educación Superior en Chile, es sólo eso, un supuesto, en tanto continua siendo altamente funcional a la producción de las expectativas y demandas sociales, especialmente de los y las que aspiran y requieren de una movilidad social ascendente, que siguen siendo las minorías mayoritarias”.
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