Estilo de Vida

Después del orgullo: lecturas disidentes para no olvidar

El 28 de junio se conmemora el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+, y en este contexto, traemos recomendaciones de lecturas disidentes

Orgullo libro

El 28 de junio es mi día favorito. Hace 52 años, en Nueva York, personas de las disidencias sexuales, principalmente afrodescendientes, travestis y pobres, protagonizaron una manifestación que se conoce como revuelta o disturbios de Stonewall, en respuesta a las constantes redadas policiales que existían en el pub gay del mismo nombre. Este hecho da pie a las primeras organizaciones de homosexuales activistas, y año a año se conmemora el 28 de junio como el Día Internacional del Orgullo LGBTIQ+. En esta fecha, y el resto del año, me declaro visible. Soy Karina, lesbiana y mis pronombres son ella o elle.

Esta semana en nuestras recomendaciones de los miércoles, la librera y mediadora de lectura, Catalina Pulgar, nos hablará del orgullo. En un trabajo colaborativo con distintes libreres que viven en la disidencia, nos acompañará con recomendaciones diversas, para no olvidar.


Literatura y orgullo

Desde niña la lectura fue para mi refugio y escuela. En la vulnerabilidad de mis primeros años construí un pequeño espacio de formación en torno a los libros, porque buscando respuestas a cada una de mis preguntas aprendí sobre el mundo y sobre mi misma.

Todos mis grandes referentes durante la infancia y la adolescencia provenían de las historias que leía. Creo que de cierta forma siempre busqué identificarme con los personajes, porque con cada niña fuerte, con cada aventurera que vi pasar por las páginas se abría una posibilidad, de sentirme adecuada, de ser yo misma.

La vida zigzagueó bastante hasta llevarme al espacio desde donde escribo hoy, encontrarme fue un camino difícil. No hubo un soporte que me enseñara que la vida era más que buscar un príncipe azul que llenara todos mis vacíos, que curara todas mis heridas, que ocupara cada uno de mis espacios. Ninguna lectura me enseñó que habían otras formas de amar y de existir, no hubo un texto que me hiciera sentir que podía ser feliz fuera de la heteronorma.

Junio es el mes del orgullo, y en este, el primero de toda mi vida, me puse a pensar en qué habría pasado conmigo si los libros con los me formé me hubiesen mostrado que enamorarse de las amigas en el colegio era válido, que no había nada malo en mi, que simplemente no tenía por qué obligarme a encajar en un esquema relacional que jamás me acomodó. Hoy vivo mi vida en plenitud, sé que la Catalina adolescente se siente orgullosa de la persona en la que me he convertido, pero desde el lugar en el que ocupo en el mundo y en la comunidad LGBTIQ+ me es imposible quedarme ajena ante todas esas infancias rotas y oprimidas.

La literatura es para mi un espacio de resistencia, aquí existo, soy visible y caben todes, por eso invité a colaborar en esta columna a libreres que como yo, son parte de la comunidad, a recomendar lecturas que reflejen la experiencia de ser una persona disidente en un sistema que se rige bajo el esquema heterosexual, que persigue, oprime y niega las existencias de nuestras identidades. Desde nuestro oficio dejamos estas lecturas como un aporte para que más allá del día del orgullo, la literatura sirva como abrigo, como arma y como trinchera para todes.


Catalina Pulgar (ella)

Qué Leo Trapenses

Ver a una mujer

Annemarie Schwarzenbach
Traducción de María Esperanza Romero
Editorial Minúscula / Distribuye Big Sur
72 págs.

Estaba en mi trabajo buscando alternativas en torno a la literatura de viajes, porque últimamente la pandemia ha hecho que ese tópico se repita entre quienes buscan un libro que les permita evadir el encierro intermitente en el que vivimos hoy en día. Así fue que me encontré con ‘Ver a una mujer’ escrito en 1929 por Annemarie Schwarzenbach, que forma parte de la colección ‘Paisajes narrados’ de Editorial Minúscula. Me bastaron las primeras líneas de este texto para sentir que por primera vez en la vida me estaba viendo a mi misma reflejada en todo mi esplendor.

El texto en sí es en realidad un manuscrito de a penas sesenta páginas. Pienso que la mejor manera de definirlo sería que ‘Ver a una mujer’ es un rescate, en el amplio sentido de la palabra.

Olvidado entre los Archivos Suizos de Literatura, bajo el nombre de ‘fragmento sin título’, se encontraban estas páginas que fueron recuperadas por el sobrino nieto de la autora, quien dedicó sus esfuerzos a reconstruir el orden de los textos y encadenar un poco esta obra tan íntima, poseedora de una fuerza narrativa que me tuvo conmovida y extasiada de principio a fin.

Situada en pleno invierno, al interior de un hotel de lujo, la narración comienza como un desahogo lleno de pasión, de deseo. Como veranista puedo decir con absoluta certeza que estas páginas me abrigaron el alma completa: la experiencia de vivir y descubrirse en el amor lesbiano, la timidez descrita, me hacían imaginar el rubor subiendo por las mejillas de esta narradora/autora y me sentí parte del éxtasis de su conciencia.

El anhelo que describe por una mujer con la que acaba de cruzar miradas me parece lo más real que he leído en mucho tiempo porque la descripción de la escena remueve en lo profundo:

“Ver a una mujer, sólo por un segundo, sólo por el breve lapso de una mirada, para luego volver a perderla, en la oscuridad de un pasillo, tras una puerta que me está vedado abrir”

El relato se compone de una serie de reflexiones sentimentales de una mujer que se enamora perdidamente de otra en el lapso de una semana. Más allá de los escasos encuentros entre ambas hay en este breve texto el reflejo de ese momento en donde solo basta una mirada para encender la pasión.

Pese a que es una obra inacabada me parece qué hay en ella una intención de retratar una incomodidad. Hay un espacio que invita a la reflexión en torno a las miradas de la sociedad conservadora, el miedo a ser descubierta, y la vulnerabilidad que significa exponer el deseo que nos han enseñado a reprimir, a ocultar.

Este breve texto tiene un valor único más allá de la historia que retrata en sí, a ratos se pierde un poco la noción de los personajes, cuesta seguir el relato de forma lineal, esta es una historia donde se reflejan todas nuestras historias, justamente por eso lo elegí, porque describe ese momento de vértigo, de confusión, el momento en que las pasiones se desatan y elegimos obedecer al amor más allá de las normas en que nos enseñaron a vivirlo.

La edición contempla además un posfacio que enriquece la obra, en un esfuerzo por completar las reflexiones de la autora y darle el peso histórico que significa que este relato esté situado en la alta sociedad del siglo XX. Ver a una mujer es una oda al amor a primera vista, pero es también una denuncia al menosprecio, al juicio valórico que significa existir como lesbiana visible.

“Entonces se me abrieron los ojos, comprendí el entramado de observación y habladuría que se había apoderado de mí, y de repente entendí las miles de miradas, las alusiones abiertas y encubiertas de la gente (…)”


Catalina Contreras (ella)

Catalonia Santa Isabel

En breve cárcel

Sylvia Molloy
Editorial Fondo de Cultura Económica
155 págs.

Muchas veces la elaboración de un relato es lo que nos permite comprender nuestras vivencias: poner en palabras los hechos nos lleva más allá del recuerdo, pasar de la obsesión respecto a lo que ya fue o lo que podría haber sido, a un estado de entendimiento y aceptación de nuestras realidades, como también de los fantasmas que nos acompañan. Eso es lo que le ocurre con la protagonista de «En breve cárcel«, una novela de la argentina Sylvia Molloy, que se me cruzó por casualidad el año 2019 en una librería, luego de pasar por una apendicitis y finalizar una relación de pareja durante la misma semana.

Buscaba algún libro latinoamericano escrito y narrado por una mujer. Cuando me encontré con que se trataba además del relato de una mujer lesbiana, me pareció una elección acertada; cuando comencé a leerlo y comprendí de qué trataba, supe que todo lo que sentía en ese momento era posible y además válido.

La obra, narrada en tercera persona con una voz que se interna en los pensamientos de su protagonista, cuenta las vivencias de una escritora que acaba de mudarse al departamento donde solía vivir una antigua amante, Vera, cuyo recuerdo no logra dejar atrás, al mismo tiempo que se involucra (o desea hacerlo) con Renata, ex amante de la primera. Habitando física y mentalmente este espacio, y empapándose de los recuerdos y emociones ligadas a estas dos mujeres, intenta escribir y dar lugar a su sentir, a una culpa omnipresente frente a las decisiones que ha tomado en la vida y al miedo a enfrentarse a lo que hay más allá de los proyectos fallidos y el fracaso en general;

“(…) reconoce que al transcribir ordena y se permite cambiar nombres, pero pretende dilucidar, en un plano que sabe de antemano inseguro, un episodio cuyas posibilidades ignora, cuyos antecedentes fluctúan y que querría definitivo. (…) Fantasea esas huidas como creaba las fantasías de la infancia, las ficciones controlables”.

Se trata de una historia que a través del metarrelato nos plantea la escritura no como ejercicio de autoconocimiento ni de permanencia, como declara la protagonista, sino como un punto de fuga donde está permitido hablar sobre lo que nos atormenta y muchas veces se transforma en tabú. De este modo, la novela crea un espacio de intimidad en que la experiencia sexo-afectiva se disecciona, a fin de mostrar a una sujeta que desea, como también a las contradicciones que habita. Pasión y dolor, deseo y desorientación son sentires que toman forma a través de una voz honesta que nos obliga a examinar aquellas vivencias que van más allá de las palabras.


Catalina Ríos Muñoz (ella/elle/él)

Bookland

En la Tierra somos fugazmente grandiosos

Ocean Vuong
Traducción: Jesús Zulaika
Editorial Anagrama
232 págs.

Casi al final del verano, tras varios intercambios de lecturas, llegó a mis manos una copia de “En la Tierra somos fugazmente grandiosos”. La lectura fue atrapante desde el primer momento: hay en la escritura de Vuong, cargada de poesía, una cuota de sinceridad que devela el camino que siguen sus palabras, generando cercanía y complicidad. Perro Pequeño, el narrador, le escribe una larga carta a su madre que no sabe leer. A través de ella repasa las experiencias que conforman su identidad, los afectos y la manera en que estos marcan su vida como inmigrante vietnamita y homosexual. La relación madre-hijo se mueve entre la violencia y el amor, entre la culpabilidad y la necesidad de comunicar una verdad o, al menos, atisbarla, por dolorosa que esta pueda ser.

El despertar afectivo y sexual que vive el narrador al verse envuelto amorosamente con Trevor, un chico blanco y adicto a la oxicodona, es parte importante de esta definición. En un local de comida rápida, entre gritos de niños acelerados por el azúcar de las bebidas gaseosas y las donuts, Perro Pequeño mantiene la conversación que pondrá a su madre al tanto de su homosexualidad. El temor y la culpa invaden la atmósfera que Vuong teje alrededor de los personajes. La madre se pregunta qué ha hecho mal mientras que Perro Pequeño continúa rememorando y reflexionando sobre su infancia y los límites de una lengua que su madre no habla y que él debe aprender para sobrevivir en su nuevo hogar. La distancia que esta lengua impone en la relación entre ambos es lo que refuerza la idea de Perro Pequeño de continuar escribiendo una carta que jamás va a ser leída por su destinataria: “al escribirte a ti aquí, podría ser que estuviese escribiendo a todo el mundo”.

La prosa de Vuong, cargada de imágenes y metáforas que llenan de sensibilidad la atmósfera narrativa, está lejos de ser únicamente un relato intimista adscrito al yo, su experiencia se transforma en universal y la marginalidad se presenta sin paternalismos ni apropiaciones. La ternura y la honestidad de Perro Pequeño respecto a sí mismo presentan a un narrador sumamente vulnerable con el que es fácil identificarse. Esta experiencia en la conformación de la identidad roza las propias intimidades, sobre todo lo que respecta al despertar afectivo y sexual siendo parte de la comunidad LGBTIQA+, lo que hace del libro y su lectura una experiencia conmovedora capaz de remecer la propia intimidad.


Alén Valentín (él/elle)

Librere

La madre de Eva

Silvia Ferreri
Edicola Ediciones
Traducción de Francisca García
288 págs.

Se dice que la familia siempre está y que un abrazo materno puede curarlo todo. Sin embargo, cuando existe por adelantado una incomprensión, ese espacio se aleja. El existir disidente, o existir marika, como queramos llamarle, muchas veces viene de la mano con esta expulsión. Algunes a quienes echan de sus casas, otres que decidimos alejarnos por no querer habitar en la incomodidad que produce la negación. Una familia cis-heteronormada, una maternidad fija en esa posición, nos deja desamparades ante las dagas con que el mundo nos punza. De ahí nace la noción de comunidad, de ahí decidimos acompañarnos.

Resintiendo estos dolores me acerqué a ‘La Madre de Eva’ de la escritora italiana Silvia Ferreri. Un pequeño libro negro que saltó a mí mientras ordenaba los muebles de la librería en que trabajo. Pienso que a veces se nos pierde la vista, otras apuntamos precisamente donde viene una señal. Esta vez la apertura hacia una experiencia dolorosa, pero que me invitó a explorar una perspectiva opuesta a la que habito. Desde allí pude ponerme en el lugar de las madres, sobre todo de la mía ante lo que sería mi “salida del closet” como persona trans.

Al abrir el libro nos sumergimos en el pensamiento de la madre de Eva mientras está a la espera de que su hijo, un chico trans, salga del pabellón donde está recibiendo una cirugía de “reasignación de sexo”. La madre, de quien nunca sabemos el nombre, es una profesora universitaria de teatro que al momento de tener une hije planeó ejercer una maternidad diferente a las que conocía, pero que encontró nuevos desafíos al practicarla. Durante las horas en que está a la espera la narradora hace un recorrido personal por la historia de su vida en relación a las diferentes maternidades y paternidades que la han acompañado.

Mi lectura, sobre todo, se enfoca en la forma en que la autora muestra cómo circula en la familia -madre, padre, hijo- el dolor que ha acompañado la transición desde su develamiento en la infancia. La narración de sesiones con la psicóloga, recuerdos de conversaciones, o de un intento de suicidio, exhiben los sufrimientos por los que ha pasado el hijo, pero siempre desde la perspectiva materna.

Vemos cómo se rompieron las expectativas acerca de la hija que soñaban tener, pero también cómo explotaban las crisis de éste sin que pudieran contenerlas desde su distancia. En concordancia con lo último existe un descuido en cuanto a los conceptos con que se nombra lo trans. Me queda la duda de si podría ser un problema de traducción en que se habrá perdido el cuidado, o si responde a un distanciamiento de la realidad. De todas formas concuerda con la incomprensión de la que hablaba en un primer momento. Pese a que llevan por lo menos 10 años en el proceso de transición y la madre lo llevó a una clínica privada en donde pagó para que al cumplir los 18 años obtuviera el cuerpo que deseaba, aún lo nombra su hija. Aún las palabras pasan por encima de su identidad.

“Era verdad, dejaba que te vistieras como quisieras, que jugaras con autos y superhéroes, pero en mi mirada había siempre un juicio. Y tú sabías leerlo. Y eso que leías era que no me gustaba (…). Pero lo que sentías era que para mí nada de eso era normal, era contra natura, un castigo, una angustia, una pena que esperaba que terminara lo antes posible”.

Aunque cada página me dolía y me carraspeaban los dientes al leer ideas como “mutilación del cuerpo” o que recién sería hombre al salir del quirófano. Aunque pienso aún en lo problemático que puede ser la difusión de la lectura porque la forma en que se aborda la realidad trans puede afectar en temas de desinformación, creo que puede resultar una experiencia de gran aprendizaje e incluso, desde mí vereda, de preparación.

El tono íntimo de Ferreri permite empatizar un poco con todos los lugares y bajar por un momento la guardia constante en que nos mantiene la defensa contra la transfobia, pues en este caso nunca desaparece el apoyo y el amor.

Ahora, ante el silencio de mi madre, puedo llenar ese vacío, comprender la incomprensión y poner fuerzas en el intento por construir un puente. Ante todo, no podemos olvidar que existe una deuda histórica por el ocultamiento y la patologización de las realidades trans* y que seguimos en esa lucha por destruir los estigmas y acercar las realidades.

Me quedo al final con una cita:

“(…) Pero yo sentía una falta en alguna parte, un vacío, y solo más tarde entendí por qué. Cuando comprendí que ser amados por los propios padres no es lo mismo que sentirnos amados. El afecto que los adultos dan por descontado, para los niños no es así. Ser amada y oírselos decir hacen la diferencia en la fuerza con la que afrontas el mundo. Oír a tu madre que te dice que te ama y que para ella eres lo más precioso que tienen en el mundo no es igual a suponerlo”


Para mi el orgullo es visibilidad en la medida en que me puedo reconocer en el mundo. Por años no supe quién era, quizás hay otres que como yo se han sentido inadecuades, espero que estas lecturas les hagan sentir que existen y que tienen el derecho de ser quienes son y de amar en libertad.

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