El Gráfico Chile

20 años atrás: cuando Colo Colo ganó la Recopa

Por Luis Urrutia

Kobe es el segundo puerto en importancia de Japón, tiene un millón 500 mil habitantes, la tercera parte de su construcción fue arrebatada al mar creando una isla artificial en los últimos 15 años, en la que el cimiento se hizo sobre toneladas de chatarra, y a la que no le sobra espacio. En enero de 1995 sería asolada por un terremoto.

El ideograma de Kobe significa puerta de Dios. Los nombres de algunas intérpretes: Ríe, beneficio; Sonoro, jardín; Sakura, cerezo, y Noriko, sabiduría china.

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En Colo Colo existe recelo porque el árbitro será el paraguayo Juan Francisco Escobar, quien en dos partidos le cobró dos penales discutibles ante Boca Juniors (Copa Libertadores 1991) y San Lorenzo de Almagro (Copa Libertadores 1992).

Antes de comenzar el partido le pregunto a una de las organizadoras dónde está el norte, para saber el punto cardinal de los arcos. Me pide un minuto y llama a otra persona, luego a una segunda, una tercera y después media docena está preocupada de confirmar dónde está el norte. Al cabo de cinco minutos obtengo la respuesta: el norte queda detrás de la tribuna oficial y el estadio está orientado de este a oeste. Recorro la cancha y me sorprende el mal estado del área sur. Las pozas están cubiertas de arena pintada de verde, por lo que desde las tribunas y en la transmisión televisiva se ve como una mesa de pool… En el interior del arco, cojines de plástico azul que contienen arena afirman las redes, no hay ganchos.

Mirko Jozic da las últimas instrucciones en el camarín: “Cruzeiro querrá lento… nosotros, rápido, más rápido”. De pronto, detrás del grupo que escucha veo una naranja que sube y baja. ¿De qué se trata? Es Claudio Borghi, quien domina con el pie derecho la fruta como si fuese una pelota y se la pone en el espacio que queda entre la nuca y el cuello…

Como parte de la presentación, hay una práctica de paracaidismo. El estadio llenó sus 60 mil aposentadurías y Colo Colo es el favorito de los japoneses que lo conocen desde que disputó la final de la Copa Intercontinental con Estrella Roja, en diciembre de 1991 en Tokio. Los hinchas dicen: “Coro Coro”. Las tribunas están pintadas de azul y rojo y de verde y amarillo. El valor de la entrada más barata es de 10 dólares; la más cara, 60 dólares. La tribuna de prensa no se halla en la parte alta del estadio, sino a media altura.

El partido se inicia a las 13 horas del domingo en Japón, medianoche del sábado en Chile. Colo Colo no cuenta con Patricio Yáñez, Rubén Martínez ni Marcelo Barticciotto (los tres sufrieron intervenciones quirúrgicas) y sólo alinea al Tunga González en el ataque. “¿Tú crees que es jugar con un solo delantero, porque sus compañeros no se paran en la misma línea?”, me dice Mirko.
El trámite es parejo y ambos equipos se ven sin chispa. Al terminar el primer tiempo, Aníbal González ingresa en diagonal desde la izquierda, los espectadores que siguen la escena por televisión en la madrugada de Chile no entienden porqué demora, al final abre a Adomaitis y éste llega exigido. Claro, el Tunga estaba enredado en la arena… En la segunda etapa, Adilson sufre la fisura de la tibia derecha al foulear a Aníbal González. El delantero recibe el impacto en la rodilla derecha. El travesaño salva a Morón en dos cabezazos seguidos de Adilson y Charles (74′).

En el primer tiempo suplementario, el juez guaraní Escobar sanciona una supuesta falta dentro del área de Daniel Morón al centrodelantero Charles, luego de una pelota que perdió Borghi cuando sus compañeros salían (en la banca, Jozic rugía contra el Bichi: “¡Cri-mi-nal… super-cri-mi-nal!”). La televisión demuestra que Morón no tocó a Charles. La ejecución del propio Charles pega en el poste izquierdo…

Miguel Ramírez cojea por un dolor en el muslo derecho; Pizarro, por un golpe en la cabeza del peroné izquierdo al caer a la pista de atletismo y Borghi, por una distensión de ligamentos. Uno se acuerda de la definición por el tercer puesto entre Chile y Yugoslavia en el Mundial 1962 cuando Jorge Toro, Carlos Campos y Manuel Rodríguez Araneda estaban en una pierna. Antes del partido, Colo Colo solicitó y consiguió el cambio de arquero en caso de definición por penales y luego de los 120 minutos, Marcelo Ramírez reemplaza a Daniel Morón, quien realizó atajadas decisivas ante remates de Paulo Roberto, Andrade, Boiadeiro y Charles.

PENALES

A la hora de la definición por penales, tradicionalmente fatídica para el fútbol chileno, el equipo titular se toma de las manos en el centro de la cancha, con varios jugadores rezando el Padre Nuestro, mientras otros no miran el arco e insultan a más no poder a personajes considerados “mufas” (mala suerte) en el ambiente, entre ellos algunos conocidos comentaristas de televisión.

En el borde del campo, Morón propone tomarse de las manos a George Biehl, al uruguayo Mario Rebollo, al argentino Gustavo de Luca y al paramédico Carlos Velásquez. “Recordé que cuando perdimos la definición con Cruzeiro en el Monumental (octubre de 1991, por la Supercopa Joao Havelange), me fijé que los brasileños lo hacían provocando una cadena de energía positiva”, contará después el arquero.

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La temida hora de la definición por penales ha llegado. Iniciará la serie Nonato. Morón, De Luca, Rebollo, Biehl y Velásquez tomados de la mano y en cuclillas le gritan al zurdo brasileño. Marcelo Ramírez va a la izquierda y el balón ingresa a la red por la derecha. Nonato se desquita haciendo cinco cortes de manga a la banca de Colo Colo. Rebollo y De Luca intentan agredirlo, y Morón debe luchar para controlarlos…

“No me di cuenta de lo que hizo Nonato”, dirá el inefable Escobar. “Si lo veo lo echo de la cancha a patadas… Su imbécil actitud pudo haber causado una gresca de proporciones”.

Es el turno de Borghi. Le pega con el palo de golf que es su pierna derecha, borde externo del botín. El obús se aloja en un rincón inalcanzable. “Me paré de frente a la pelota para no anunciar nada. De ese modo le puedo dar con cualquier perfil. No he pateado muchos penales, pero recuerdo uno perdido siendo juvenil”.

Ahora se prepara Boiadeiro, acaso el mejor jugador de Cruzeiro a lo largo de los 120 minutos. En la orilla, Jozic le indica a Marcelo Ramírez que se lance a su derecha, pero el arquero no lo ve. “Me daba lo mismo empezar al arco o que lo hiciera el golero brasileño. Todo fue intuición, esperé hasta el final y cuando sentí la pelota con mi mano fue el éxtasis”.

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Adomaitis tiene la responsabilidad de dejar en ventaja a su equipo. “Le di fuerte a la derecha del arquero y fue gol. Eso es todo. Siempre supe que yo patearía. Mi primer penal fue ante River Plate y también lo convertí”.

Charles quiere la revancha. Elige el mismo lado que en el lanzamiento que estrelló en el poste izquierdo de Morón. Ramírez: “Le pegó fenómeno. Igual que los que vendrían después: me mataron. Yo sabía que atajando uno, podíamos ganar”.

Lo que no estaba en los cálculos, Margas fusila. “Contra River Plate me designaron, pero me dio ‘julepe’ en el último instante. Ahora estaba seguro. Durante la semana, Ricardo (Dabrowski) me insistía en que practicara. Le di fuerte al medio, porque si el arquero manoteaba igual se iba adentro”.

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Paulo Roberto empata y Vilches vuelve a desnivelar: “Pensé en mis hijos y en mi señora, en el sacrificio que hemos hecho con las separaciones a que obliga el fútbol”.

Paulao se para al frente. Cinco años más tarde fichará en Colo Colo pero casi no jugará debido a la seria lesión en una rodilla. Remata fuerte al centro, arriba.

Viene Pizarro. Si el capitán anota el gol habrá cambiado la historia. Se persigna y su tiro retrata la historia del fútbol chileno y sus vicisitudes. El balón da un bote, pega en el vertical izquierdo y cae en los cojines azules. Los suplentes que se hallan en el borde del campo, Biehl, Rebollo y De Luca, saltan. Enseguida, van detrás de Pizarro, quien corrió hacia el corner de la izquierda. Allí está arrodillado y abrazado con Morón, se insultan con cariño, se dan cabeza con cabeza y están llorando: “Lo logramos… lo logramos” y agregan chilenismos…

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Después el equipo va hacia la tribuna que correspondería a la Andes en el Estadio Nacional. Allí está la hinchada de los chilenos. Algunos de ellos se presentarían más tarde en el hotel y serían expulsados por la seguridad debido a su aspecto. Se dedican a oficios no santos como ser carteristas y dicen que otros sudamericanos se operan los párpados para semejar que son orientales. Es competencia desleal, se quejan…

Esa falta de costumbre con el triunfo, tratándolo de usted, se manifiesta también en el desmayo sufrido por el dirigente Ricardo Weisselberger en el preciso instante en que se procedía a la premiación. El directivo cayó de bruces sobre el rekortán del estadio Universitario, pero se recuperó con presteza. Después, con humor, Borghi preguntó: “Che, ¿lo van a castigar al que lo empujó?”.

Uno de los testigos más cercanos, Ricardo Dabrowski, contó su versión: “Él anunció que se iba a gastar la plata festejando con nosotros y por eso perdió el conocimiento. Ya sabés que Ricardo gasta menos que Tarzán en la selva… De pronto lo vi y pensé, che, este loco está exagerando y se puso a besar la tierra…”.

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El camarín de Colo Colo es una fiesta que a falta de champaña festeja con jugo de naranja y agua mineral. El presidente de la Federación de Fútbol de Japón se presenta a felicitar. Viste un terno negro y corbata. Mendoza y De Luca comentan: “No se puede ir así nomás”. Los dos pasan al lado del directivo, aprietan el sachet de jugo de naranja y lo mojan. Los demás jugadores se asocian y lo empapan con agua mineral y más jugo de naranja. El señor japonés sonríe con resignación y sólo repite: “¡Foot- ball, foot- ball!”. El dirigente José García lo rescata cuando está estilando…

La alegría de Colo Colo fue asumida con responsabilidad por el plantel. El instante de mayor euforia tuvo lugar en el bus que lo trasladó de vuelta desde el estadio al hotel. Allí, con la infaltable música de fondo de “Sopa de caracol”, la intérprete japonesa Ríe Hosoda bailó en el pasillo con cada integrante de la delegación. “Ya tienes el título”, me dicen algunos jugadores, “Colo Colo ríe…”.

En el vestíbulo la madrugada nos sorprende con Jozic, otro que sufre insomnio. A esa hora, vemos que el paraguayo Nicolás Leoz, presidente de la Confederación Sudamericana de Fútbol, y su esposa, la colombiana María Clemencia Pérez, descienden del ascensor y se retiran del hotel. Detrás de ellos, llevándoles una maleta grande en cada mano camina… el árbitro Juan Francisco Escobar. Mirko no se contiene y le grita: “¿Qué haces? ¿No tienes vergüenza? ¿Acaso eres su empleado?”. Sorprendido, Escobar no contesta y, créase o no, se ruboriza…

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