En el periodismo, cuando previenes algo eres un pesimista, cuando lo reafirmas pese a un logro aislado eres un chaquetero y cuando dejas constancia de lo advertido consumado el fracaso te estás haciendo autobombo.
PUBLICIDAD
Apenas Pizzi fue anunciado como DT de la Selección, escribí una columna de alerta titulada «La delgada línea roja», donde no apuntaba específicamente a las capacidades de Macanudo, sino a Salah, quien se llena la boca hablando de procesos y con la contratación del santafesino cortó el más exitoso de nuestra historia, en cuanto a estilo futbolístico.
A fines del año pasado, a pesar del título de la Copa América Centenario, publiqué un texto de opinión llamado «Un año redondo… para los cuadrados», a modo de balance de un 2016 donde seguimos vivos de milagro en las Eliminatorias gracias al condoro de Cabrera y a las actuaciones descollantes de los referentes: Vidal ante Perú en el Nacional, Bravo frente a Colombia en Barranquilla y Alexis contra Uruguay en Ñuñoa.
Y ahora estoy peleando con este escrito, el más difícil que me ha tocado, porque, al igual que usted, desperté de un sueño que duró 10 años de la peor forma, con la ilusión rota de haber desperdiciado la gran chance de ir a buscar algo en serio a un Mundial.
Al contrario de ese primer artículo de advertencia, donde consideraba a Berizzo como el reemplazante natural de Sampaoli, hoy no tengo claro qué me gustaría para el futuro de la Roja, tal vez porque no es momento de tomar decisiones, sino de pensarlas, cosa que no hizo el presidente de la ANFP en su primera elección de un entrenador.
Dentro de esta incertidumbre, creo que nos debatimos entre dos opciones: exprimir hasta la última gota a la Generación Dorada -con alguien como Martino, por ejemplo, que ya demostró en Paraguay que puede extender la vida útil de un grupo en retirada- o sentar las bases para la próxima década como hizo Bielsa -con un Pellegrini totalmente capacitado para ello, pero con un modelo antagónico al que predominó durante esta época de gloria-.
Como yo no tengo ningún poder de decisión, le dejo estas reflexiones a Don Arturo para que tome la determinación correcta, pero que lo haga con convicción, ésa que no tuvo cuando escogió a Pizzi para salir del paso.