La vida agitada y la muerte dramática del “rey” del rock han nutrido el cine y la literatura por décadas. Aquel 16 de agosto de 1977 en que murió, Elvis Presley tenía la cara grande y gorda como una sandía, pero pálida como la cera. Le habían peinado con raya a la derecha, sin tupé, y vestía un traje negro, camisa blanca y corbata de satén. Así relata ese momento uno de los libros que sondean sus más profundas y escabrosas intimidades.
A estas alturas, Elvis ya es un mito con todas sus verdades y ficciones a cuestas, aunque no todos se quedan con la parábola del niño pobre nacido en Tupelo en 1935, con un padre -Vernon- que sobrevivía con trabajos precarios y el contrabando de licor ilegal y una madre –Gladys- que fue su pilar afectivo y le transmitió la afición por las pastillas para dormir, para adelgazar, no deprimirse y ser “felices”.
Sin embargo, su más reciente biografía en español profundiza un aspecto clave de la personalidad del astro que se coló en la Casa Blanca armado y estrechó la mano del presidente, que vivió preso de paranoias y cantó la historia más triste del rock, como cuenta Ray Connolly en “Ser Elvis. Una vida solitaria”.
Entre muchos temas, el autor sondea en la pasión del ídolo por las armas y por las placas policiales, lo que se convirtió en obsesión cuando ya disfrutaba la fama en Graceland.
Dos años de servicio militar en Alemania
En 1970, Elvis odiaba la onda pacifista en plena guerra de Vietnam y su manía detonó cuando el jefe de policía de Houston le otorgó una placa honorífica. Luego de esa iniciación llegó a coleccionar más de mil, de todos los cuerpos del país. Tras los crímenes de la secta de Charles Manson, se incrementó su paranoia y su apego a las pistolas: en tres días llegó a gastar más de US$20 mil en armas y munición en Beverly Hills. Y sus dos colts con empuñadura de oro los llevaba a todos lados.
La pistola personal de “El Rey del Rock And Roll” tenía grabado en su cañón de 9 milímetros el nombre de “Elvis” y las siglas TCB, de “Taking care of business in a flash” (“Ocuparse de los asuntos en un pispás”), lema atribuido a Elvis después de que su estrellato comenzara a apagarse.
El 21 de diciembre del 70 quiso reunirse con el presidente Richard , reseña el libro. Su compulsión era recibir una placa de la DEA y para ello dejó previamente una nota en la Casa Blanca: “He hecho un estudio en profundidad sobre el abuso de las drogas y las técnicas comunistas de lavado de cerebro y estoy justo en el meollo del tema”.
Para acudir a la cita forzada por él mismo, se puso un abrigo de terciopelo morado, con una camisa de seda y refulgían sus cadenas y anillos de oro. Conocedor de su arrastre popular, Nixon lo recibió en el salón oval y Elvis desplegó su diatriba contra Los Beatles, el comunismo y el antibelicismo.
Tras el ya mítico encuentro el presidente que terminaría por dimitir le concedió la placa y lo despidió con un abrazo, sin advertir que el rey llevaba en su costado la infaltable pistola para defenderse de aquellos demonios imaginarios y reales que acecharon su reinado…