Esta semana en nuestras recomendaciones de los miércoles, la librera y mediadora de lectura, Catalina Pulgar, nos hablará, junto con otras mujeres y disidencias que trabajan en la cadena del libro, a participar en una columna colaborativa sobre autoras chilenas que nos ayudan a recordar y situarnos en la patria y su memoria.
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Nuestra patria son las autoras
Septiembre siempre ha sido para mí un mes de sentimientos encontrados. Por un lado me parece un momento del año tan bonito, la primavera nos alcanza, salimos de la oscuridad del invierno, de cierta forma parece que el año repunta; pero por otro lado es también el mes de la patria. Todos los años el mismo ruido en mi cerebro, las mismas preguntas: ¿Cuál es la patria?, ¿Quiénes celebran?, ¿Qué es lo que celebran?
Si la patria refiere al vínculo que establecemos con el lugar en el que nacemos, mi patria es la memoria, el desarraigo.
Gracias a la literatura he encontrado lugares donde me he sentido adecuada, ese sentimiento de pertenencia que debería inspirarme la patria, lo he encontrado en las redes que he establecido con otras mujeres y disidencias. Personas que como yo han resistido y le han hecho frente al canon literario de un país que nos invisibiliza.
Me puse a pensar en cómo posicionarme frente a las fiestas patrias desde el lugar que ocupo en la literatura, y recordé la primera vez que aprecié Chile de principio a fin. Hace dos años aproximadamente leí Poema de Chile de Gabriela Mistral y quedé maravillada con este retrato de norte a sur. La descripción de la naturaleza y la cultura que la habita, ese relato de una tierra mestiza encarnada en una pluralidad de voces, me parece de los mejores homenajes que ha recibido este país. Resulta paradójico que sea gracias a Gabriela Mistral, la gran escritora, poeta ganadora del Nobel, cuya única forma de ser parte del canon literario chileno ha sido siendo acomodada a la estructura patriarcal que la relega a la educadora, la gran mártir del amor, ignorando todas sus otras dimensiones artísticas.
En el Chile posterior al 18 de octubre su figura ha tomado fuerza desde la lucha disidente, es por eso que con Mistral abrimos esta columna colaborativa para cuestionar el canon patriarcal recomendando la lectura de autoras chilenas.
Victoria Parra
Coordinadora de la Red de Periodistas y Comunicadoras Feministas.
Co-conductora del podcast Lectura Complementaria.
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Nona Fernández
Siempre he tratado de conmemorar de distintas maneras los 11 de septiembre. Este año tuve la oportunidad de viajar a Chillán para visitar a mi familia que no veía hace meses y no pude asistir a ninguna actividad conmemorativa. Pero de alguna forma, el tema siempre ronda en la cabeza y en el corazón, por lo que cambié los libros que llevaba para el viaje y solo me quise concentrar en uno.
Quería estar presente en la reflexión aunque fuera a través de un libro, así que inmediatamente pensé en el trabajo de Nona Fernández (feminista, escritora, guionista y actriz). Tomé el último libro que compré de ella y, para coincidencia con la fecha, era La dimensión desconocida (2016), una novela que cuenta la historia de un agente de la policía secreta que, en plena dictadura, llega a las oficinas de la revista Cauce dispuesto a confesar todo lo que hizo y los crímenes que estaba cometiendo la dictadura de Augusto Pinochet.
En esa declaración reveló cómo funcionaban distintos centros de tortura de Santiago y entregó las ubicaciones de una gran cantidad de detenidos desaparecidos, algo que abrió las puertas de esa “dimensión desconocida” a la que hace referencia la autora.
Esta historia está basada en un hecho real ocurrido en 1984, donde Andrés Valenzuela -por aquel entonces un suboficial activo de la FACh- entregó su testimonio a la periodista Mónica González.
La narradora del libro era niña y adolescente durante la dictadura, por lo que sus recuerdos son más bien confusos. Pero ya en su adultez, y por motivos laborales, se encuentra con el archivo de la entrevista del hombre que tortura y comienzan a llegar los recuerdos que le permiten ir reconstruyendo su propia historia.
A estas alturas podríamos decir que la memoria es una de las obsesiones de Nona Fernández como escritora, y lo que me encanta de ella es su habilidad para hacer trascender los datos que podemos leer en un libro de historia y transformar esos números y apellidos en personas reales, familias reales, barrios reales, sufrimientos reales y dolores reales con una delicadeza para retratar a las víctimas y una valentía por volver una y otra vez a las heridas abiertas de nuestra historia.
Pienso que al menos para mi, este año Nona estuvo ahí para decirme que no olvidara, que a pesar de que estaba feliz por reencontrarme con mi mamá, hay familias que siguen buscando a los suyos incansablemente, que para millones de chilenos la vida no siguió siendo igual después del 73 y que los 11 de septiembre no son un día normal para Chile.
Conocí la obra de Nona Fernández hace menos de cinco años y me emociona pensar que aún tengo cosas de ella por leer, que aún puedo ir descubriendo con ella, recordando, emocionándome, llorando de rabia y también deseando que siga escribiendo más libros, que sea eterna, porque escritoras como ella serán siempre necesarias.
Rocío Abarzúa
Jefa de comunicaciones en Big Sur Chile
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Lina Meruane
Hace tiempo que varios amigos me venían recomendando leer Volverse Palestina (2014) de Lina Meruane. Ya había leído Contra los hijos (2014), y de ahí disfruté especialmente su revisión de escritoras respecto de sus maternidades. Llegué a Volverse Palestina el año pasado y me encontré con un ensayo que se nutre de la experiencia propia de la autora, dándole una dimensión adicional al texto que es tremendamente enriquecedora.
Es un privilegio leer textos así, informados desde lo académico, lo literario, lo personal, lo político; una trama que se urde desde distintos frentes entregando una imagen rica y contundente del tema que se toca, en este caso la ocupación Israelí de los Territorios Palestinos. Aquí Meruane reflexiona sobre la violencia, los relatos contrapuestos en situaciones de conflicto, los usos del lenguaje como herramienta de dominación y control, todas cosas que me parecen relevantes además de interesantes, y que en un contexto pandémico y post estallido social me ayudaron a pensar y comprender mejor la realidad que me rodeaba.
Esta experiencia se volvió a repetir en la lectura de Zona ciega (2021), compuesto por tres ensayos que recogen textos escritos a lo largo de años en torno a la ceguera, a la vista, a los ojos. Y es lo que valoro de la escritura de Lina: es clara e incisiva pero también está informada desde distintas posiciones y miradas, sin llegar a ser erudita ni academicista, más bien todo lo contrario: se ancla en la experiencia. Su habilidad para urdir referencias ajenas y personales en un hilo ameno, inteligente e iluminador me parece brillante.
Bernardita Yannucci
Coordinadora Espacio Literario de Ñuñoa
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Belén Fernández
Cuando conocí a Belén Fernández en un taller de crónica periodística, supe rápidamente que su escritura era necesaria. Su forma de narrar lo cotidiano logra que ciertas imágenes se llenen de un simbolismo que antes no les había otorgado. Por eso, cuando Ediciones Overol publicó su primera novela, Ella estuvo entre nosotros, sabía que no podía ser otra cosa que un dardo al corazón.
La imagen de la madre enferma, la madre muerta, la madre ausente, pero presente en la memoria y en esas páginas de inicio a fin, provoca un vértigo de esos que conocemos quienes hemos perdido a figuras relevantes en nuestras existencias. Ese vértigo está permanentemente circundado por la narración de situaciones tan cotidianas que, generalmente, no les damos tanta importancia por lo mismo, pero al estar entrelazadas con un hondo mar de emociones provocadas por el miedo a la pérdida, el deseo de la misma y lo que implica el duelo de la madre, hace que se carguen de un simbolismo que, al menos a mí, me llevó al llanto inconsolable.
Pocas veces un libro ha conseguido eso, hacerme llorar a moco tendido, sin poder parar, abrazada a él. Creo que es una lectura necesaria, es bonito conmoverse, aunque duela. Me parece que es un libro que ayuda un montón a acercarnos a la idea de la pérdida, a las siempre incómodas preguntas que no nos gusta hacernos al respecto.
El tener que armarse una nueva geografía habitable y familiar en la que se debe vivir sin un mapa conocido, sino que trazándose a sí misma uno con el duelo donde la memoria es fundacional para su nueva patria, esa en la que Belén Fernández Llanos, sólo con esta primera novela, se volvió una de mis escritoras chilenas jóvenes favoritas. Cada vez que puedo, recomiendo este libro, pero no sin antes decir: advertencia, leer con pañuelitos desechables a un costado.
Claudia Apablaza
Escritora y editora
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Diamela Eltit
Leí por primera vez Lumpérica de Diamela Eltit cuando estaba estudiando en pregrado, tenía la edición de Ornitorrinco (1983), supongo que la encontré en alguna librería de libros usados. No sé si en San Diego o en las galerías de Miguel Claro. Me encantaría recordar dónde fue que compré esa edición, aunque recuerdo que en la primera página decía, con lápiz mina, 2001.
En esa época en que si decías que leías a Diamela Eltit y que además eras feminista, te miraban raro e incluso algunos esbozaban una carcajada, porque sólo había que leer a Bolaño y a Marín. Luego, cuando me fui a estudiar a España el 2006, lo llevé conmigo entre los veinte libros indispensables que cargué en mi maleta. El año 2008 entré a trabajar a editorial Barataria, y se lo presté a la editora, Carola Moreno, que le encantó y terminé regalándoselo. A veces me arrepiento de habérselo regalado, de haberlo dejado en España, porque supongo que nunca volveré a tener esa edición casi inencontrable.
Años después, cuando visité Cuba, no sé si cuando fui el 2008 o el 2013, logré hacerme de un ejemplar de la edición que hizo Casa de las Américas. Volví a reencontrarme con una hermosa edición de Lumpérica, y que hoy guardo en en estante de mis libros favoritos y que no presto por ningún motivo. Un libro que para mí es uno de los más brillantes e importantes de la segunda mitad del siglo XX en Latinoamérica.
Publicado en Chile por primera vez en 1983, es un texto híbrido, transgresor, que perturba y que devela cómo los cuerpos están siendo vulnerados y violentados por los poderes del estado. Sobre todo el cuerpo femenino, en tanto la protagonista es una mujer, que aparece como espacio de resistencia y fuerza ante esos poderes, además, y algo no menor, en el espacio público que históricamente le ha sido negado. Es un grito desgarrador en medio de una plaza. Es además una potente reflexión acerca de la escritura, que además, creo que todos los buenos libros son una reflexión acerca de su propio ejercicio. Esa es una de mis partes favoritas, el capítulo 6. “Los grafitis de la plaza”: La escritura como proclama, La escritura como desatino, La escritura como ficción, La escritura como seducción, La escritura como engranaje, como sentencia, refrote, evasión, objetivo, iluminación, burla, abandono y erosión. Una autora indispensable, que complejiza la relación que hay entre cuerpo, poder y escritura.
Gabriela Alburquenque
Literadora y Directora Revista Origami
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Soledad Bianchi
El Libro de lectura(s), de Soledad Bianchi, enfoca los arqueos del proyecto intelectual, académico, investigativo y crítico de la crítica literaria chilena, como una especie de atlas en movimiento, nunca estático ni fijo, en el que se puede rastrear el recorrido de la poesía chilena con una distancia de casi dos décadas y media entre los textos que componen el libro (1986-2007), aunque de modo heterogéneo; ampliando las posibilidades de la labor crítica en un ejercicio de relectura del propio quehacer crítico, porque Bianchi reconoce una crítica de la crítica en su proceso de aproximación a sus propios textos:
Volver a (h)ojearlos fue, para mí, una (verdadera) crítica de la crítica que escribo. Fue un examen, un balance de un buen trecho de mi actividad profesional: por lo tanto, de una parte importante de mi vida. Volver a (h)ojearlos me iba haciendo presente la persona que soy en la persona que fui y continúo siendo…, aunque ya no sea igual. Al repasarlos, recordé cuando los había redactado y lo que sucedía en esos momentos, además de reconocer las curiosidades e impulsos que han acompañado todo este largo tramo de mi trayecto (académicos, profesional, intelectual, vital) y los motivos e intereses que los hicieron arrancar, sin olvidar aquéllos que, en algún momento, mudaron o no permanecieron y dejé de lado, en esta ocasión.
Llegué a este libro por trabajo de investigación y ya estando en él no pude sino abrazar la urgencia de hacer correr las lecturas que nos entrega Soledad Bianchi tanto dentro como fuera de la academia, en el campo cultural, porque es ahí donde estas lecturas se insertan, con textos que dan una mirada amplia, abierta, al recorrido que ha seguido la poesía chilena, los textos poéticos de mediados del siglo XX en adelante, siempre considerando el carácter disperso, en palabras de la misma Bianchi, de las poesías, les poetas y sus poéticas.
Este es un libro que interpela a sus lectorxs y les invita a elegir las lecturas –de ahí el guiño del nombre con esos libros de lectura que formaron parte de su infancia, así como de generaciones enteras– sin un modo o método predeterminado y occidental –de lectura lineal– que nos obligue a seguir un camino de lectura prepicado por une otre, sino que nos abre la posibilidad de elegir las lecturas, las cuales no son más que otras lecturas a otros libros: ensayos, presentaciones de libros, prólogos, panoramas, textos críticos en su totalidad, que van “armando” un panorama de la poesía chilena, sí, pero también del proyecto intelectual de una crítica literaria que reconoce en el contexto parte fundamental de la lectura que se puede hacer a un texto, así como la dimensión heterogénea del acto de leer, siempre subjetivo, en posición, desde una voz enunciativa, oído crítico consciente de su labor, oficio y militancia en y desde la literatura como es el caso de Soledad Bianchi:
Reconozco la profunda implicancia de mi subjetividad que, junto a mis preferencias, significa cierta perspectiva, cierto emplazamiento; una mirada, la mía, compuesta por muchos elementos, entre los cuales, una aproximación construida, también, por un método, buscadamente heterogéneo porque lo he ido (con)formando a través de lecturas teóricas y analíticas muy diversas, de donde he recogido todo lo que me parece útil, perspicaz y pertinente, junto a un interés por insertar en un contexto, en lo posible no circunscrito en exclusiva a la literatura.
La patria como tal no nos incluye, por eso le rendimos homenaje a las autoras, a las escritoras, a las investigadoras, las que vinieron antes de nosotras y lo extendemos a todas las que vendrán. Hoy construimos en conjunto desde la literatura, la matria que nos acoge.