Kim Kardashian se practicó agresivo tratamiento estético, pero el amor propio no debería doler

Kim Kardashian está siendo nuevamente noticia gracias a un doloroso tratamiento estético que se realizó en su abdomen.

Kim Kardashian tiene un largo historial de prácticas cuestionables escondidas tras el nombre del deber, del amor propio, de ser ícono de moda o de convertirse en una presunta embajadora de la belleza femenina, pero ahora ha vuelto a sumar otro más a la lista.

La famosa apareció en sus redes sociales difundiendo un nuevo tratamiento estético para marcar mucho más su abdomen, el cual consiste en un láser llamado Morpheus, que le dejó toda la zona enrojecida.

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“Esto es un punto de inflexión. Probé el láser para tonificar mi abdomen en el spa. Creo que es mi láser favorito”, escribió.

Sin embargo, lo alarmante es que la famosa confesó que sufrió mucho dolor en el proceso, pero valía “completamente la pena”. Esto nos recuerda al viejo dicho que usamos especialmente las latinoamericanas: para ser bellas, hay que ver estrellas.

Pero, ¿hasta qué punto la vanidad o el ‘amor propio’ debería doler? ¿Cuándo comienza a ser demasiado? Cuidar nuestras figuras debería ser un acto placentero y que nos ayude a elevar nuestro autoestima, no que nos vuelva esclavas de nosotras mismas ni tampoco suponga un riesgo para la salud física o mental.

Es así como el ejemplo de Kim Kardashian se vuelve un arma de doble filo. Está bien cuidarnos, pero no deberíamos sacrificarnos de más para encajar dentro de un estándar de belleza, para complacer a la sociedad o para perseguir la irreal idea de perfección.

Esto ha llevado a la socialité a declarar en el pasado que “si me dijeras que tengo, literalmente, que comer heces cada día para estar más joven, puede que lo hiciera” y que muchas veces, pese al agotamiento de su carrera o ser mamá, dedica sus noches a hacerse tratamientos de belleza para estar siempre impecable.

Hay una línea muy delgada entre consentirse y obsesionarse con nuestra apariencia, la cual si se sobrepasa, es capaz de llevarnos a un mundo de dismorfia corporal, trastornos alimenticios, narcicismo y otros padecimientos, los cuales, irónicamente, se alejan de esa idea de amarnos de verdad.

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