A poco más de un año que apareciera el primer caso confirmado de covid-19 en nuestro país y que se tomaran medidas de confinamiento social y de restricción a la movilidad, nos encontramos en un momento en que algunas de estas medidas continúan y otras, a pesar del alza en la velocidad de los contagios que se ha registrado en este inicio de marzo, se han ido moderando. Esto último, estaría motivado por la inoculación de la vacuna en un porcentaje de la población suficiente, que permitiría dar inicio de manera paulatina a algunas actividades presenciales
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Lo descrito, apunta a dar la impresión de que estamos experimentando como sociedad, un momento liminar de transformaciones que tiene características distintas respecto al cambio llevado a cabo en marzo 2020. Aquel cambio que nos llevó al confinamiento, tuvo el carácter de lo abrupto, de un corte en la continuidad de la vida cotidiana que vino a definir los momentos antes y después. Hoy en cambio, estamos en una suerte de estado de pasaje y tránsito que, al parecer, podría extenderse por meses o año(s), en el que abundan las preguntas sin respuestas certeras a las que atenerse. Ahora bien, tanto en el momento del cambio abrupto como en este momento liminar, el enfrentamiento a la incertidumbre parece atravesar nuestra experiencia y lanzarnos, de distintas maneras, a repensar nuestras certezas.
En este año transcurrido, en el ámbito de las ciencias sociales se han ido sedimentando reflexiones en torno a aquello que la pandemia nos devela sobre la sociedad en que vivimos. En Chile, un país donde los derechos sociales básicos están en manos del mercado (suena contradictorio, porque lo es), buena parte de la población no pudo seguir las normas de confinamiento y estuvo enfrentada a la disyuntiva de “comer o enfermar”. Así, las precariedades en las fuentes laborales, las condiciones habitacionales, las dinámicas cotidianas de traslados en ciudades altamente segregadas y los déficits en el acceso a atención en salud, mostraron los impactos diferenciales de la pandemia en la población en Chile.
Los grupos que ocupan las posiciones de mayor vulnerabilidad social, como son los migrantes de reciente data en Chile, quedaron a la deriva con la pérdida de sus fuentes laborales y cierre de fronteras, llegando a situaciones extremas como acampar frente a los consulados de sus países de origen o alojados en campamentos en el norte del país. La situación de pandemia mostró de modo brutal aquello que ya sabíamos, las desigualdades sociales en las que vivimos, pero llevadas al debate en el binomio de la vida y la muerte. En este contexto, la emergencia de iniciativas por medio de la organización social pudo contener y paliar parcialmente, necesidades vitales en situaciones extremas.
Lo anterior nos ha enrostrado que la salud es un asunto colectivo que nos habla del sentido social del cuidado. Estas experiencias de transformación social que son parte del momento liminar que vivimos, nos interpelan a reflexionar desde los diversos contextos institucionales de intervención, sobre las orientaciones, impactos, limitaciones y posibilidades que se abren para la intervención social y su horizonte de transformación en un futuro, quizá, post pandémico.
Hoy, vivimos una realidad marcada tanto por la pandemia como por el proceso constituyente resultante del estallido/revuelta social de octubre de 2019. Ambos otorgan un marco relevante para debatir sobre intervención social, por cuanto está en cuestión el carácter mismo del Estado (subsidiario, como es actualmente, o social de derechos, como podría ser en la nueva Constitución); porque las movilizaciones sociales que dieron origen al proceso estuvieron fuertemente impulsadas por los sectores populares, principales afectados por los procesos de precarización experimentados en las últimas décadas; y porque la pandemia ha dejado en evidencia las falencias de las redes de protección social y plantea desafíos significativos para la intervención social.
Por un lado, está el marco general de las políticas públicas y especialmente las políticas sociales, que establecen enfoques, institucionalidad, objetivos y metodologías, recursos y actores para llevar a cabo un conjunto de medidas dirigidas a la población vulnerabilizada. Aquí, han sido desafiados la oportunidad, suficiencia y pertinencia de las medidas, así como el enfoque rector de las políticas sociales basado en la focalización-hiperfocalización, en lugar de esquemas tendientes a la universalidad.
Por otro lado, están las intervenciones específicas, las estrategias, las acciones a nivel local y los microprocesos a escala comunitaria, familiar e individual, donde entran en juego distintos actores y se ha evidenciado un rol esencial del espacio comunitario y de las redes familiares. Las personas han estado expuestas a una sobrecarga emocional, relacional y a situaciones irritantes de manera intensa, así como a carencias profundas en lo material, pero también han florecido espacios e iniciativas de solidaridad y de colaboración mutua, en una coyuntura histórica en la que la profundidad de las experiencias vividas marca también un horizonte posible de transformación social.
De todo ello se puede obtener lecciones y nos desafía a poner en común investigaciones, reflexiones y prácticas tendientes a una mayor inclusión social, igualdad de derechos, bienestar y dignidad.